sábado, 25 de mayo de 2013

Curiosidades de aquí y de allá (primera parte)


Hace años unos familiares me preguntaron mi opinión sobre la posibilidad de dejar ellos Uruguay y venirse a vivir a México. Se trataba de buscar nuevos horizontes cuando Uruguay vivía una de las peores crisis económicas que tozuda y cuidadosamente gobiernos colorados y blancos se encargaron de instaurar. En aquella oportunidad les dije a mis familiares que evaluaran muy bien la posibilidad de emigrar porque les iba a ser muy doloroso desarraigarse de un país y echar raíces en otro; que el precio a pagar por dejar país, familia, amistades, costumbres, tradiciones y demás iba a ser muy alto.

Recuerdo que les dije que cuando uno abandona su país por un largo período, sin importar las razones (políticas, económicas, traslados laborales, etc.), algo pasaba en la cabeza que nunca más se encontraría sosiego ni aquí ni allá. Así lo viví yo cuando salí de Uruguay por motivos políticos (huyendo de la dictadura militar) y en México encontré el generoso asilo.

Es importante señalar que lo vivido por mí no necesariamente fue igual para todos los exiliados, porque cada uno vivió situaciones distintas según las edades, las profesiones, las experiencias y muchos factores más. Sin embargo podrían hacerse algunas generalizaciones: vivimos los casi 10 años de exilio en México extrañando desesperadamente e idealizando absurdamente a Uruguay. Me atrevo a decir que muchas veces no aprovechamos plenamente nuestra estadía en México para conocer más profundamente su riquísima cultura, sus tradiciones maravillosas, su geografía irrepetible, su gastronomía interminable y tantas cosas más por estar con nuestra cabeza mirando al sur.

Varios de nosotros regresamos a Uruguay en 1985 y las vicisitudes vividas en aquel país sudamericano post dictadura no fueron nada fáciles. Muchas cosas se habían trastocado en el país, en nuestras familias, en los amigos, que siguieron viviendo sin nosotros. Pero también se habían trastocado nuestras cabezas que ilusoriamente pretendían “subirse” al país en el mismo lugar e instante que lo habíamos dejado. La vida no esperó por nosotros…
Y luego, en Uruguay, extrañábamos México: su generosidad, todo lo que nos había dado –tanto en el plano espiritual como material–, la alegría de vivir que tiene el mexicano, sus cielos casi permanentemente soleados, sus sabores y olores.

El regreso a México en 1990 nos dio una nueva oportunidad de vivir plenamente y aprovechar todo lo que este maravilloso país ofrece a sus habitantes. Pero, amigo lector, no crea que es posible cortar de tajo el vínculo con el paisito. No señor. Siempre pasan por nuestra cabeza los recuerdos gratos de Uruguay… A veces, créame, parece que la vida nos castigó con añoranzas y nostalgias pendulares que jamás terminarán. ¿Será por ello que los griegos consideraban al exilio como el peor de los castigos? Algo de eso hay, porque “el exilio provoca una ruptura con un mundo de referencia y de signos, como la cultura y la lengua. Este quiebre en muchos casos es traumático porque se corta con el curso vital de la existencia. Esta situación nueva provoca un trauma en las personas y secuelas que perdurarán para toda la vida.” (http://orvex.org.p11.hostingprod.com/exilio.html)

Pero no hay que pasar por alto que esa ruptura produce una oportunidad fantástica de enriquecerse de la dualidad de destinos, de acrecentar nuestro bagaje cultural con lo que se deja y con lo que se adopta. Así que no dramaticemos y permítanme compartir algunas curiosidades de aquí y de allá.

Los insectos: manjares gastronómicos en México.
Entre los más de 190 insectos comestibles en México me referiré a 4 que son muy particulares y que a los lectores uruguayos les llamará la atención. En el estado de Oaxaca son muy abundantes los chapulines (pequeños saltamontes o langostas) que se fríen con chile y jugo de limón y que ya secos se ponen en una tortilla de maíz (cualquier alimento que pongamos en una tortilla ya se tiene un taco) y se agrega una cucharada de salsa picante. Mhmm… ¡a disfrutar un sabor muy agradable! Por cierto estos chapulines fritos y secos se venden por todo México y se pueden comer directamente sin hacerse un taco a la hora de tomar algún aperitivo (mezcal, tequila o cualquier otro licor). O sea ¡chapulines para picar…!
Chapulines

Otro insecto muy común en México es el gusano de maguey, una larva blanca y regordeta de unos 4 cm de largo de una mariposa que abunda en los valles centrales del país. Estas larvas se fríen hasta dorarse y se colocan en una tortilla con sal y alguna salsa picante y ¡listo!, otra comida sana y sabrosa.
Gusanos de maguey

El siguiente insecto quizá no sea del agrado de todo el mundo porque su olor –para muchos– no es muy agradable. Se trata de los jumiles, simples chinches que abundan en toda América Latina y que tiene como medio de defensa su característico olor repulsivo para las aves y los reptiles comedores de insectos. Recuerdo muy bien cuando una chica del sur del Estado de México llegaba a mi casa con una bolsita de nylon llena de chinches de monte vivas para que no se echaran a perder. Tomaba cuatro o cinco y las echaba a la sartén con aceite hirviendo, se oían un par de chasquidos y ya estaban listos. Luego ponía en una licuadora tomate verde (una variedad mexicana que no se come cruda y que al madurar no enrojece), cebolla, chile y un poco de agua. Licuaba y cocía esta mezcla y le agregaba los jumiles molidos. La salsa verde se llenaba de puntitos negros de las chinches molidas y –créase o no– quedaba muy rica para acompañar cualquier taco o quesadilla.
Jumiles antes de freírlos.

Ahora hablemos del caviar azteca: los escamoles. La variedad de platillos en México es inacabable y podríamos escribir páginas y páginas sobre todo lo que ofrece la cocina mexicana que en realidad es una suma de las cocinas poblana (del estado de Puebla), de la oaxaqueña (estado de Oaxaca), de la yucateca (estado de Yucatán) y de la michoacana (estado de Michoacán), además de varios platillos regionales. Pero los escamoles (huevecillos de unas hormigas del estado de Hidalgo), que se preparan friéndolos en mantequilla con un poco de chile, son una exquisitez sin parangón. Tiene su sabor y textura un refinamiento tal que se han ganado merecidamente llamarse el caviar mexicano. Precisamente en estos días que comienza la temporada de lluvia se realiza la recolección de estos huevecillos blancos antes de que las hormigas crezcan en su interior.

Escamoles frescos


Escamoles a la mantequilla








                           





El zapallo y el boniato
Para los lectores mexicanos comencemos por decir que zapallo es una denominación de origen quechua (lengua que hablaban los Incas y hoy muchos indígenas andinos) para lo que en México conocemos como calabaza. Efectivamente ese fruto bastante grande, hueco por dentro que nace de una planta rastrera a partir de una flor amarilla que aquí se come en tacos o sopa, en Uruguay es parte sustancial de pucheros (cocidos), guisos, sopas, etc. y forma parte de las primeras comidas de los bebés en forma de puré junto a las papas. Es decir, se usa fundamentalmente para las comidas saladas pese a su sabor dulce. Claro que también se prepara este fruto americano con azúcar en trozos en almíbar, en mermelada pero mucho más formando parte de guisados hechos con sal.
Puchero con boniato

En México, el zapallo se come exclusivamente en dulce (con un almíbar espeso) en la época de las festividades del Día de Muertos, anticipándose un poco a las fechas cercanas a la ya famosa Noche de Brujas.
Zapallo en almíbar

Un tubérculo muy conocido en México es el boniato, claro que aquí no se le llama así, sino camote y forma parte activa de los albures, esas expresiones tan mexicanas con doble sentido. En Uruguay el boniato es usado de forma similar al zapallo y también son parte de los primeros purés infantiles junto a la papa. Por cierto cuando se hace asado de tira al horno, infaltablemente se le agregan papas y boniatos cortados en trozos regulares que acompañan muy bien a la carne. Resta decir que hay una variedad de boniato que es blanco y en Uruguay se le llama batata y con él se hace ate (dulce) muy similar al de membrillo pero que resulta mucho más suave y delicado.
Asado al horno con papas y boniatos

Bueno, escribir y leer sobre estos temas culinarios despierta el apetito así que mejor dejo hoy por acá y usted y yo nos preparamos algo de comer; pero prometo seguir con las curiosidades de aquí y de allá en una segunda nota.