sábado, 9 de marzo de 2013

Luis Cubilla, aquel y éste.


Hace un montón grande de años la radio era la gran herramienta de entretenimiento que no tenía competencia con otro medio de difusión a pesar de los primeros escarceos de la televisión en blanco y negro. Escribo de aquellos lejanos años de los inicios de la década de 1960 que con 8 o 9 años de vida me fascinaba escuchar a don Carlos Solé, magnífico narrador de los partidos de fútbol que transmitía Radio Sarandí los sábados y domingos. Por influencia de mi padre me hice hincha de aquel maravilloso Peñarol que –entre otros– formaba con Luis Maidana, William Martínez, Néstor Goncálvez, Aguerre, Borges, Matosas, Pancho Majewski y el legendario Luis Alberto Cubilla.

Solé narraba con mucha emoción las gambetas de Cubilla que se “comía” la pelota y hacía delirar al público. No podía ver esas moñas exquisitas pero me las imaginaba con lujo de detalles y disfrutaba las locuras del “Negro” Cubilla a través de la radio.


“Jugó algunos partidos en reserva, donde deslumbró con sus moñas endiabladas, sus desbordes, su olfato de gol. Cuando subió a Primera no salió más. Fue campeón uruguayo del ‘59, ‘60 y ‘61, campeón de América en el ‘60 y ‘61 y del Mundo en el ‘61, con Peñarol. Hizo goles de todos los colores y en partidos importantes. Luego se fue al Barcelona de España, de allí a River argentino donde fue figura. Restuccia lo fue a buscar cuando formó aquel gran equipo que quería la Libertadores. Fue campeón uruguayo varias veces y finalmente campeón de América y del Mundo en 1971. En su etapa tricolor estaba maduro. Ya no solo era el caprichoso habilidoso que esperaba una y otra vez al marcador para volverlo a eludir, sino el delantero de todo el frente de ataque, colocando pases magistrales para que convirtieran sus compañeros.”  (Fragmento de un artículo de Jorge Pasculli publicado en el diario uruguayo “La República”)

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En 1985 volví a Uruguay del exilio mexicano y todavía relativamente joven me reintegré a la militancia en una de las organizaciones juveniles del Frente Amplio donde nuestra “veteranía” combinaba bien con los jóvenes que salían airosos y combativos de la dictadura cívico-militar. Vivíamos en aquellos años los primeros desencuentros con el gobierno de Sanguinetti que hacía lo imposible por ocultar los interminables crímenes de algunos militares y policías que asolaron el país durante la dictadura. Por ello se organizaban manifestaciones pidiendo Verdad y Justicia para desentrañar las acciones cobardes de quienes amparados en su uniformes y armas habían cometidos múltiples delitos.

Así fue que la Av. Rivera (triste nombre que recuerda al genocida de la población Charrúa), a la altura de Villa Dolores (triste lugar donde se localiza un zoológico que ya no debería existir) fue el escenario de una pequeña manifestación de unos 200 jóvenes que pedíamos terminar con la impunidad de los uniformados.

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En todos esos años fue destacado integrante de la Selección. Su jugada más recordada fue aquella pelota que frente a la URSS robó en la línea en el último minuto del alargue. La robó de atrás, tirándose al piso. La “cuchareó”, la trajo para adentro y enseguida metió el centro para que Espárrago la cambiara de palo. Los uruguayos seguían sorprendiendo al mundo, con jugadores de la audacia indomable de Cubilla.
Todavía le faltaba otro récord. Ser parte del Defensor ‘76 que cambió la historia. (Idem)

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El entusiasmo de los más jóvenes, casi niños, era muy grande y marchaban dando voces y tirando pequeños volantes exigiendo al gobierno colorado que terminara con la complicidad hacia los terroristas de estado. Un par de “veteranos” cerrábamos la marcha que buscaba no entorpecer el tránsito por esa recurrida avenida de Montevideo, aunque sí debían los autos bajar la velocidad para evitar cualquier accidente con los manifestantes.

De pronto un coche al llegar a la manifestación acelera dirigiéndose a los primeros muchachos que rápidamente se hacen a un lado para evitar ser atropellados. Uno de ellos da un manotazo al capó del auto reclamando con un grito la actitud del automovilista. Una sonora frenada pone aún más tensión a ese momento ya de por sí tenso. El conductor del auto se baja intempestivamente con un extintor metálico en la mano, gritando insultos y amenazas. Rápidamente los “veteranos” nos adelantamos a la cabeza de la manifestación para calmar a aquel hombre y evitar cualquier incidente.

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Fue un grande dentro de la cancha. Comenzó siendo un pícaro admirable por sus ocurrencias. Cuando sus energías menguaron terminó siendo un genio, un titiritero capaz de hacer jugar maravillosamente a los que corrían por él. Fue un ganador. Y aunque fue un hombre de familia y amigos, fue un solitario al que le quedó marcada aquella sonrisa desafiante de botija feliz que te invita a quitarle la pelota… (Idem)

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–¡Hijos de puta! ¡Comunistas de mierda! ¡Los voy a reventar! ¡¿Quién me tocó el auto?!
Al acercarme reconozco al exaltado señor. ¡Era Luis Cubilla…! Quizás sólo yo lo podía reconocer porque los muy jovencitos no tenían idea de quién era ese hombre. Aquel admirado jugador de mi niñez y juventud, aquel hombre que tantas alegrías me había dado a mí y a todos los peñarolenses, aquel puntero derecho endiablado que llegó a levantarle los más precisos centros al ecuatoriano Alberto Spencer para que la metiera de cabeza, ahora se había transformado en un energúmeno que quería agredir a aquellos chiquilines.

Con dificultades logramos calmarlo hasta que se subió a su auto y se fue. Seguramente Cubilla no se dio cuenta de mi desencanto, de la frustración que tenía por encontrarme con tamaña estrella del fútbol uruguayo pero ahora fuera de sí. Ya no podría ir con mis viejos amigos de Minas y presumir orgulloso de que había estado con el “Negro” Cubilla. No podía juntar aquella imagen del atleta joven y de pícara sonrisa que los diarios difundían con ésta otra imagen de un gordo petiso hecho una furia que en vez de una pelota de fútbol blandía un extintor.

Descanse en paz aquel formidable futbolista uruguayo.