miércoles, 7 de marzo de 2012

Radio Azul, una inolvidable experiencia.

A principios de 1980, cuando ya habían acabado las clases de guitarra en Ciudad Sahagún, estado de Hidalgo, logré entrar al Programa Cultural Fronterizo del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) que consistía en hacer unas interesantísimas giras de conciertos por la frontera norte de México. Una vez metido en ese programa me ofrecieron participar en un programa de capacitación para maestros de guitarra clásica de las casas de cultura de todo el país que el INBA impulsaba.
Así conocí a varios maestros que con mucha amabilidad y paciencia me recibían para darles algunos tips  y recomendaciones sobre cómo mejorar la impartición de las clases de guitarra en sus respectivos lugares. Si bien los tips y recomendaciones no valían la pena, sí eran útiles las fotocopias de partituras que llevaba y que nutrían el acervo del maestro de la casa de la cultura visitada.

Casa de la Cultura

Así fue como llegué a Cd. Lázaro Cárdenas, puerto del estado de Michoacán sobre el Pacífico, donde en la Casa de la Cultura “José Vasconcelos” me encontré con un muy joven maestro con poca experiencia en la impartición de clases de guitarra a través de la lectura de partituras. Ello provocó que el director de la casa de la cultura me ofreciera quedarme a vivir en ese puerto michoacano para dar clases formales de guitarra clásica. La fascinación por el trópico, esa naturaleza desatada y fecunda, la cercanía del mar tan distante desde el centro de México y un sueldo fijo que es tan difícil de percibir cuando se vive de clases particulares y conciertos me llevaron a aceptar esa empresa en un lugar muy lejano de la capital mexicana, que en aquellos años demandaba más de 12 horas en auto por carreteras sinuosas e interminables.
Con tres hijos muy pequeños me mudé a la costa de Michoacán donde el calor era tan intenso que hacía dudar la permanencia allí. Se debe sumar a ello lo precario de los servicios como el agua; la luz; la falta de atención médica especializada en niños; carencia casi permanente de objetos de consumo básico; ausencia casi total de bibliotecas, librerías; escasísimas actividades culturales y un interminable etcétera más.
Sin embargo muchas cosas positivas ofrecía este lugar a cambio de tantos inconvenientes: la vida provinciana tan distinta al ajetreo del Distrito Federal y los municipios del Estado de México conurbados con más de 14 millones de habitantes en esa época; el contacto con un México mucho más profundo a través de la gente del lugar; la intensa vida en contacto con la naturaleza; un mar siempre tibio en cualquier época del año; la ausencia de señales de televisión (sí señor, aunque usted no lo crea, los televisores no eran más que un mueble con una carpetita para poner un florero o alguna maceta…); la pesca en el Océano Pacífico, uno de mis hobbies favoritos que merecerá un artículo aparte; el conocimiento de un mundo tropical desconocido y fascinante para un uruguayo cuyo país en nada se parece a este lugar.
Es interesante comentar que mucha gente venía a vivir a Lázaro Cárdenas desde lugares lejanos como el centro del país y de miles de kilómetros al norte por su experiencia en empresas siderúrgicas que se localizan en los estados de Nuevo León y Coahuila, dado que en este puerto michoacano se localiza una de las mayores siderúrgicas de México: Lázaro Cárdenas-Las Truchas (SICARTSA).
Al poco tiempo de llegar di un concierto de guitarra en la Casa de la Cultura donde asistió mucha gente dado lo poco que había qué hacer en ese puerto del Pacífico. Recuerdo que el calor era tan intenso que había que tocar con micrófono para competir con el ruido de los ventiladores a toda marcha. Usted amigo lector, que no toca la guitarra, quizá no sepa que para tocar con agilidad y precisión es necesario tener los dedos calientes y secos, y que los nervios generalmente atacan al guitarrista enfriándoselos y humedeciéndoselos. Pues ese día, con 35° de temperatura no faltó a la cita el frío en las manos… Del sudor ni le hablo.
Como se me ha hecho costumbre siempre explico en los conciertos las obras que toco y comento algo de sus autores para que el público tenga referencias de lo que escucha, y en esa oportunidad estaba entre el público el director de XELAC Radio Azul, el licenciado Nelson Galán quien siguió con mucha atención la música y mis palabras. Al terminar vino a platicar conmigo y me ofreció hacer un programa de música clásica en la estación que dirigía “pero entre disco y disco dar las explicaciones como hiciste en este concierto…”


Encantado acepté pese a no tener experiencia radiofónica. Y así comencé una aventura maravillosa de comunicación a través de la música en una estación de radio estatal que dependía de otra empresa estatal: Promotora Radiofónica del Balsas, que con escasos recursos para la estación, autorizaba a vender publicidad y complementar así sus ingresos. Nelson Galán me recomendó hacer el programa diariamente de 15 a 16 horas (hora de la siesta sagrada en los lugares tropicales) para acompañar a quienes descansan antes de seguir con el trabajo diario después de las 17 horas cuando el sol volvía a ser soportable.
Allí aprendí la importancia de tener prácticamente cautivo al auditorio, porque además de esta radio existía otra (Radio Horizonte) con programación y locutores dedicados exclusivamente a la difusión de valores comerciales sin proponer algo más que la música y comentarios ramplones del momento.
Además de casi no tener competencia, Radio Azul transmitía con cinco mil watts de potencia (bueno… aceptemos que eran como tres mil porque si le subían a cinco mil se prendía fuego la planta que estaba en la población vecina de Las Guacamayas), frente a la “otra” que apenas pasaba los 500 watts. Por eso era cierto el slogan de nuestro locutor estrella, Fernando Montaño, que proclamaba que… “¡Radio Azul transmite más allá del Horizonte!”


Con certeza nunca supe si mi programa de música clásica “prendía” en la gente, pero la realidad es que no había mucho para elegir y al director de la radio le gustaba, así que el proyecto se iba imponiendo. Sinceramente creo que la llamada “música clásica” ayudaba mucho a conciliar el sueño de esas siestas tan instauradas en los lugares tropicales y ayudaba a dormir más relajado.
El desmedido entusiasmo de Nelson Galán hizo que me ofreciera hacer otro programa de música latinoamericana muy en boga en aquellos años. Así nació “La Nueva Canción” donde desfilaron Silvio Rodriguez, Amparo Ochoa, Víctor Jara, Alfredo Zitarrosa, Chico Buarque y muchos cantantes latinoamericanos más.
La cosa no paró allí sino que al tiempito Nelson me ofreció la programación musical de la radiodifusora y colaborar con un niño que le decían “Kalimán”, que con escasos 10 o 12 años conducía con muchísimo talento y desenvoltura un programa infantil llamado “El Carrusel”. De esta forma se incorporó el viejo y gruñón “Pepe Pelícano” que le llevaba la contra en todo a “Tito Zorro”, personaje que el niño improvisaba con total desparpajo. Muchos niños, al no ser distraídos por la televisión, seguían con entusiasmo el programa y al salir de la escuela se daban una vuelta por la estación de radio para conocer a Tito Zorro y Pepe Pelícano, situación que me inhibía mucho al enfrentar el micrófono poniendo una voz de viejo y rezongón con público infantil delante.
Recuerdo que la coordinación de las escuelas primarias de la zona organizó una vez un desfile de primavera para alegrar a aquel pueblo tan olvidado. Todo estaba muy bien, pero a las maestras se les ocurrió invitar a Tito Zorro y a Pepe Pelícano que fueran en un carro alegórico de Radio Azul. No sabía cómo salir del paso para no desairar a las organizadoras que no entendían que no tendría la menor gracia ver a un tipo y a un chamaco sentados en un carro que acabarían con la magia que la radio lograba crear en la imaginación de miles de niños.
Después de haber visto cómo hacían las piñatas los artesanos mexicanos con cartón, papel, pegamento y pintura, logré hacer dos grandes caretas de zorro y pelícano que cualquier niño podía ponerse metiendo la cabeza completamente adentro. Así, el niño-locutor y uno de mis sobrinos se montaron en el carro alegórico y con las enormes máscaras de los personajes de la radio desfilaron por las calles de la ciudad saludando a una buena cantidad de seguidores de “El Carrusel”.
Cuando faltaba poco para que se celebrara el Día de las Madres, fecha de gran importancia en México, empezaban a llegar decenas de cartas de emigrantes mexicanos que trabajaban en Estados Unidos solicitando una canción para saludar a sus progenitoras que generalmente vivían en lugares inaccesibles de la sierra de Michoacán y Guerrero pero donde llegaba nuestra radio. En cada carta venía un billete de un dólar envuelto en una humilde hojita de cuaderno donde rogaban al “Sr. Locutor” que le dedicara “Las mañanitas a mi madre que vive en el paraje…” o –en algunos casos– “El rebozo de mi madre”, melancólica canción guerrerense muy escuchada entonces.
Solo mi amigo José Luz, originario de esa zona y conductor del programa “Rancho alegre”, era capaz de leer aquellas notitas tan conmovedoras y valiosas de los “mojados” a sus madres. Estaban escritas con tanta dificultad, desde el punto de vista de su redacción y ortografía, que suponía un verdadero reto leerlas al aire. Los 10 de mayo extendíamos dos horas más el programa de José Luz para no dejar ni una cartita sin leer.
Mucho aprendí en XELAC, Radio Azul, de esa magia de la comunicación radiofónica que tiene reglas y códigos pocas veces escritos pero que deben respetarse so pena de que el oyente realice ese acto tan simple de cambiar de estación. Fernando Montaño, experimentado locutor de emisoras comerciales, me enseñó muchísimo con su profesionalismo ejemplar. José Luz hizo que comprendiera el gusto musical de los campesinos michoacanos y guerrerenses. Con Jaime López aprendí cómo se maneja el auditorio joven a través de la cátedra que daba sobre la música de rock. Conchita Velázquez, quizá con una voz un poco aguda, ponía la distinción y seriedad en el micrófono. Nelson Galán, el director de la radio, lograba el trabajo en equipo y el compromiso permanente con los oyentes de la región en pos de una emisora atractiva con dignidad y calidad.
Quiero cerrar este artículo con una reflexión sobre la enorme responsabilidad que se asume al frente de un micrófono en una radioemisora tan particular como fue Radio Azul en el comienzo de la década de los 80´s. Piénsese que era un lugar con dos emisoras de AM, sin televisión, casi sin teléfonos, no existían los celulares ni el internet, y con una sierra junto al mar que no hacía fácil los traslados de tanta gente que vivía en rancherías de difícil acceso, con una temporada de lluvias copiosísimas que complicaba aún más el tránsito por veredas de barro rojo que atravesaban una selva baja pero muy tupida. En esas condiciones la radioemisora era muchas cosas: la fiel compañía; el entretenimiento; la única posibilidad de informarse (por cierto retransmitíamos, a través del teléfono, los excelentes noticieros de Radio Educación de la Ciudad de México); casi la única ventana al mundo exterior; la guía cuando algún huracán se acercaba a las costas de Michoacán; la posibilidad de evaluar los daños de los temblores (terremotos) tan frecuentes en ese lugar; en fin, usted puede imaginar el significado de esta extraordinaria estación de radio y entender ese momento tan conmovedor cuando una joven mujer –de muy humilde vestido y muestras en sus zapatos de caminos lodosos para llegar hasta la ciudad, pero perfectamente presentada con impecable peinado– nos traía un viejo disco de 33 r.p.m. de María Dolores Pradera para compartir con los oyentes…


A la izquierda el Lic. Nelson Galán, a la derecha Fernando Montaño y al centro el autor del artículo (1982)