viernes, 20 de enero de 2012

De cacería con mi padre

No tengo dudas que lo que se hereda no se roba, pero también he aprendido que todo cambia como dice la hermosa canción del chileno Julio Numhauser. Y a pesar de haber sido cazador mi abuelo Jacinto Viglietti, cazador mi padre y cazador yo mismo, hoy me he transformado en un ornitófilo que admira y respeta a las aves. Sin embargo durante los finales de la década de los 50´s y toda la de los 60´s desarrollé junto a mi padre una intensa actividad de caza de perdices, martinetas, patos y liebres que en aquella época me fascinaba.
Inicialmente teníamos una perra mezcla de Setter de nombre “Pinta” que pese a no ser de raza pura medio servía para cazar perdices por los campos del Departamento de Lavalleja en Uruguay. Poseedora de un discreto olfato sustituía esta carencia con un intenso entrenamiento en campos cercanos a la ciudad de Minas que afortunadamente los teníamos a la mano.
No recuerdo de qué manera mi padre se vinculó con un señor de curioso nombre, Siul Samot Stratta, que era presidente del Pointer Club Uruguayo, una institución con mínima organización pero que criaba a los mejores perros del mundo para olfatear a las perdices y martinetas. Tiempo más tarde nos enteramos que los nombres Siul Samot provenían de Luis y Tomás invirtiendo el orden de las letras. Este amigo Siul vio el trabajo que había hecho mi padre con la perra “Pinta” y nos prometió que nos regalaría una cachorra Pointer con la condición que la entrenáramos y no permitiéramos que se cruzara con algún perro sin su autorización.


Así apareció Sporting Select Gacela, una cachorrita Pointer con pretencioso nombre que abreviamos en “Gala” y que comenzamos a educarla en la caza de la perdiz chica. Para ilustrar al lector debo aportar algunos datos sobre esta ave sudamericana cuyo nombre científico es Nothura Maculosa y que en lengua guaraní se llama inambú. Es un ave mediana, regordeta, de cuello largo, excelente caminadora. Su vuelo lo realiza excepcionalmente cuando se siente acorralada, y se trata de un aleteo veloz y ruidoso porque tiene que vencer con sus cortas alas la gravedad de su pesado cuerpo.
Este vuelo tan característico asusta a cualquier caminante desprevenido que se sorprende del ruido que produce. La gente de campo no es sorprendida porque instantes antes de volar da unos cortos silbidos que anticipan el escándalo del batir de alas. Vuelo corto (entre 80 y 120 metros), generalmente recto y a baja altura que intenta prolongar con planeos bamboleantes y torpes.


Habita pastizales en campos abiertos naturales o cultivados de casi todo el país, desde los alrededores de Montevideo hasta el extremo norte. Come granos y otros vegetales (hojas tiernas, brotes); también insectos adultos, crisálidas y orugas. Por su régimen alimenticio, que incluye semillas de un gran número de malezas e insectos dañinos, debe considerársele como un ave muy beneficiosa.
Nidifica en la primavera austral desde septiembre a mayo –lapso en el que hace varias posturas– en el suelo, junto al pie de alguna mata. Oculta tan bien su nido que resulta muy difícil descubrirlo. Pone de 4 a 8 huevos brillantes de color chocolate oscuro uniforme.


La cacería de la perdiz consiste en que el perro busque e identifique su olor, “marque” su presencia (adopta una postura rígida de gran atención y cautela) y provoque su vuelo que es aprovechado por el cazador para tirar con su escopeta y derribarla. Inmediatamente el perro deberá recogerla muerta y traerla en su boca, sin morderla, hasta las manos del cazador.
Para comenzar el entrenamiento de “Gala” mi padre rellenó una vieja calceta con muchas plumas de perdiz que se transformó en el juguete permanente de la perrita. Después de los 6 meses comenzamos a sacarla al campo a jugar con la pelota de plumas que se la escondíamos y ella rápidamente hallaba. Poco a poco le quitamos la calceta de plumas y ella buscaba el olor de la perdiz en el aire. Le reprimíamos cualquier persecución a otra ave que no fuera perdiz.
Luego venía un ejercicio bastante duro y cansado para quien escribe estas líneas porque había que enseñarle a “batir” el campo en zigzag para encontrar el olor (siempre con el viento de frente) y mi padre aprovechaba mis energías de los 9 o 10 años atándome el extremo de una cuerda de 25 metros a la cintura y el otro extremo al collar de la perra. Yo debía tirar de la cuerda cada vez que “Gala” completara su extensión por la izquierda para llevarla ahora a la derecha y al completarse este lado volver a jalar para llevarla al otro y no permitirle alejarse del cazador.
Se escribe sencillo, pero luego de estos ejercicios con una perra totalmente excitada y fuerte yo quedaba para el “arrastre” (muerto) como se dice en el argot taurino. Mi padre… caminaba tranquilo y daba instrucciones, eso sí.
Ahora había que salir con la escopeta porque la perra demostraba su poderoso olfato y encontraba perdices y las hacía volar. Debíamos derribarlas para que “Gala” no se frustrara en correrlas, conmigo de arrastro, claro. Temíamos que con los primeros tiros la perra se asustara pero era tan grande su excitación que no se espantaba con las explosiones.
De pronto la perra se detenía bruscamente y medio agachada se paralizaba “marcando” la presencia de una perdiz. Había que acariciarla premiando esa actitud y luego de unos pocos pasos detrás de la perdiz, invisible entre los pastos, sentíamos el silbido que anticipaba el vuelo y yo debía tirarme al suelo para facilitar que mi padre efectuara el disparo de su escopeta belga calibre 20 y no me diera a mí.
Si el tiro era bueno y caía la perdiz la perra se serenaba al encontrarla, pero si se fallaba intentaba correr tras ella y ¿quién creen ustedes que la detenía a costa de jalones que quemaban las manos y doblaban la cintura? ¡Adivinaron! El que escribe… Por fin llegó el momento de sacarla al campo sin la cuerda esperando que obedeciera cada vez que se le gritaba. Pero “Gala” demostró tener una personalidad muy independiente y la obediencia no era lo suyo, así que sobraron muchas oportunidades en que salía corriendo y no hacía caso a nada hasta las cansadas (mías) en que lograba alcanzarla y traerla atada de la correa.

Liebre uruguaya de origen europeo.

¡Ay mamita si se encontraba con una liebre! Comenzaba a correrla sin ninguna posibilidad de alcanzarla y desaparecía en el horizonte. ¿Quién creen que la iba a buscar a 25,000 kilómetros de distancia en aquel mar de pastos? ¡Volvieron a adivinar! Cuando lograba traerla con la lengua afuera (la mía) me encontraba con mi viejo sentado a la sombra de algún arbolito comiendo tangerinas que me decía:
–Bueno… ¿seguimos?
Yo ya no tenía aliento para contestar pero diga usted que la juventud de entonces hacía milagros.
El viejo era un tirador discreto que de 10 tiros pegaba 6 o 7, así que yo debía correr tras la perra 3-4 veces cada diez tiros para reprenderla por no obedecer el grito de detenerse y para que dejara de correr tras el vuelo de la perdiz. Pero con el tiempo empezó a obedecer (a esa altura yo ya era un corredor consumado) y ¡por fin! a los 9 años Papá me dio una escopeta belga también, calibre 28 (calibre muy pequeño) que obligaba a tirar inmediatamente que la perdiz emprendiera el vuelo para evitar que se alejara y el tiro ya no le hiciera nada. Creo que ese calibre tan pequeño desarrolló mi puntería porque tiempo después mi padre se compró una escopeta Beretta calibre 16 y me pasó la calibre 20 y yo ya lograba acertar 9 de 10 tiros.
Recuerdo cuando íbamos cerca del Río Cebollatí a cazar martinetas, especie de perdiz pero mucho más grande y pesada que vive en los pajonales de zonas muy húmedas. No es sencillo cazar en estos lugares porque la martineta se mete donde hay paja brava (esa especie de zacate ornamental en México con filos cortantes) y la perra se tajeaba todo el hocico de tal manera que teníamos que detenerla un momento para pasarle un trapo con agua oxigenada y parar la hemorragia. Era verdaderamente difícil tenerla quieta ante su excitación por buscar las emanaciones de estas aves.

Martineta

De pronto la perra se detenía petrificada y a unos pocos metros más adelante levantaba pesadamente vuelo una gorda martineta que era un blanco más fácil que una perdiz de vuelo mucho más rápido. Al matarla se complicaba para nosotros y la propia perra encontrar la pieza porque la paja brava era más alta que cualquier hombre y ocultaba el lugar donde caía esta ave tan preciada.
La calidad de la perra “Gala” era tal que Siul Stratta nos invitó a participar en un concurso sudamericano de caza donde participaban perros Pointer de Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay. Nuestra perra ganó el primer premio en una maravillosa demostración que incluyó –accidentalmente– una estampida de ganado Hereford que al pasar a su lado mientras marcaba una perdiz, ni la inmutó y continuó su labor de caza. De postre, entre la primera y segunda perdiz (de las tres que se le otorga para calificarla) se le atraviesa una liebre corriendo y con mi padre vimos todo perdido porque la perra saldría como tiro corriendo tras ella y se acabarían allí todas sus posibilidades de obtener un buen puntaje. Ese día fue la única vez en su vida que “Gala” hizo caso al grito del viejo que la paró en seco y con ellos sumó muchos puntos por obediencia. La revista Diana (de caza, tiro, canofilia y pesca) de Argentina la sacó en una sus portadas como ejemplo de perro de caza. Dicho sea de paso de mí no hicieron ninguna mención, ni me sacaron fotos…


Es momento oportuno para recordar a un minuano amigo de mi padre, Samuel “El Vasco” Rodríguez –a la sazón gerente de la sucursal del Banco Comercial en Minas– que, además de finísima persona era un magnífico tirador. Con su escopeta Remington calibre 20 (cuando todos los tiradores usaban calibres mayores, 16 y 12, obteniendo mayores oportunidades de acierto) participó de ese concurso sudamericano haciendo gala de su extraordinaria puntería y asegurando que cada tiro fuera una perdiz derribada y evitar así que los perros concursantes corrieran tras la presa que escapaba.
¡Híjole, manito! Después de escribir sobre perdices se me despertó el apetito y las ganas de comerme una perdiz en escabeche, situación imposible en México porque no existe esta ave, pero se la puede sustituir por una codorniz que es igualmente sabrosa y se consigue en los mercados. Les comparto una receta uruguaya de Perdices al Escabeche que si usted se anima a prepararla le encantará:


Ingredientes para 4 personas:
4 perdices o 4 codornices que en México y seguramente en muchos países se consiguen.
2 cebollas grandes
4 zanahorias
8 dientes de ajo
8 champiñones
20 granos de pimienta negra
4 hojas de laurel
2 chiles serranos (en el caso de México)
Sal al gusto
1 taza de aceite de oliva.
1 taza de vinagre de manzana o de vino blanco.
1 taza de agua.
Preparación:
Lavar bien las perdices y secarlas, freírlas una a una en el aceite de oliva, hasta que queden doradas, salarlas.
Cortar las cebollas, las zanahorias, los chiles y el ajo en rodajas finas.
Aprovechar el aceite de oliva y colocar en camadas, de la siguiente forma:
1º - Cebolla.
2º - Laurel, ajo y champiñones.
3º - 2 perdices.
4º - Zanahoria y pimienta en grano.
5º - ½ taza de vinagre.
6º - Repetir una segunda camada.
Colocar en fuego lento y tapar la olla, pasados 7 u 8 minutos, poner el agua.
Cuando la zanahoria esté cocida, está lista la receta.
Dejar enfriar y guardar en el refrigerador en un recipiente hermético. Ya tiene usted una magnífica cena fría y ligera.
 
¡Buen provecho!