lunes, 24 de septiembre de 2012

EL COMPOSITOR Y GUITARRISTA ABEL FLEURY Y UNA GUITARRA YACOPI


El compositor argentino Abel Fleury nacido en Dolores, Provincia de Buenos Aires, el 5 de abril de 1903, jugó un papel de primera línea en la música latinoamericana para guitarra con la creación de piezas basadas en los ritmos folklóricos de su país. No creo que haya un guitarrista rioplatense que no haya tocado su hermosa y tan conocida “Milongueo del Ayer” o el “Estilo Pampeano”.  Pero fueron muchas más sus composiciones, entre las cuales destaco la chacarera “Trinos y alas” que Fleury le dedicara a mi padre.


Guitarrista dotado de muy buena técnica y sensibilidad en la ejecución, incluía en sus numerosos conciertos autores “clásicos” como J. S. Bach (del que interpretaba La Chacona), S. L. Weiss, G. F. Händel, Napoleón Coste, Francisco Tárrega, Fernando Sor, Mozart o Beethoven entre otros. Así también fue un gran difusor de la música latinoamericana para guitarra con obras de los brasileños Heitor Villa-Lobos y Lorenzo Fernándes, del paraguayo Agustín Barrios, del uruguayo Eduardo Fabini, del mexicano Manuel M. Ponce y del boliviano Eduardo Caba.



En su libro “Origen e historia de la guitarra” (1976) mi padre escribía:
Abel Fleury (1903-1958) logró sostenida influencia –quizás más que Barrios– en ambas márgenes del Plata; en tanto el paraguayo prevalecía entre los guitarristas cultos pero no sobre el resto, el argentino, con su “Estilo Pampeano”, de 1927, y su “Milongueo del Ayer” del 26, entusiasma tanto a unos como a otros.[…]
[…] Visitamos Fleury en Buenos Aires, veinte días antes de su muerte. No creía en su próximo fin. Se empeñó desde la cama, en tocarnos su última milonga, “Garuando”; tan débil estaba que hubo de bajar como dos tonos la guitarra.
–Cuando me levante, mi primer concierto lo daré en el Uruguay, tengo una deuda allá: sabiéndome enfermo, del Centro Guitarrístico me enviaron por adelantado el importe de un concierto.
En realidad se sabía que ya no podría cruzar más el río… Tiempo después dicho Centro colocó una placa recordatoria en su tumba en la Chacarita.[…]

Su partida definitiva al silencio inspiró en el poeta Pedro Boloqui las siguientes palabras:
Ha muerto más la armonía,
lograda en su arte nativo,
mantiene su nombre vivo,
como un farol en la huella,
nunca el olvido hará mella,
para arrancarlo de aquí.
Y, si dejó tras de sí
tiernos corajes vibrando,
en ellos sigue flotando
el alma de Abel Fleury

 En los conciertos que daba mi padre jamás faltó una obra de su amigo Abel Fleury. Además de las piezas antes nombradas tocó “Te vas milonga”, el malambo “Mudanzas”, la cifra “Sobretarde”, las milongas “De clavel en la oreja” y “A flor de llanto”, el estilo “El Tostao”, y recuerdo sus muy buenos arreglos del candombe “Pena mulata” y “Milonga triste” de Sebastián Piana.

El cáncer terminó con la vida de Fleury el 9 de agosto de 1958 en la ciudad de Buenos Aires. Los múltiples gastos que había tenido la familia con los cuidados de la penosa enfermedad de Don Abel, obligaban a su esposa Nelis Guerra (con tres hijos) a vender una de sus guitarras para medio salir del paso. Así llegó a Minas, Uruguay, la señora Nelis para ofrecerle a mi padre una de sus guitarras, un excelente instrumento del vasco radicado en Buenos Aires, José Yacopi.

¿Quién fue José Yacopi? Fue hijo de un lutier genovés Gamaliel Yacopi (originalmente este apellido se escribía con i latina) radicado en España en la ciudad de Vitoria, País Vasco, donde precisamente nació su hijo José el 28 de diciembre de 1916. Perseguida la familia por los franquistas en España, partieron para Francia de donde huyeron de los nazis a la Argentina para radicarse en San Fernando, Provincia de Buenos Aires. Allí se formó José y se constituyó en unos de los más renombrados lauderos del mundo que tuvo como clientes a María Luisa Anido, Julian Bream, Irma Costanzo, Eduardo Falú y Narciso Yepes entre otros. Jose Yacopi  fallece a los casi 90 años de edad el 11 de agosto de 2006, constituyéndose su hijo Fernando en el continuador de esta dinastía de constructores de instrumentos de cuerda.

José Yacopi

Fuera de Argentina resulta muy curiosa la madera que en aros y contratapa, de muchas de sus guitarras, utilizara José Yacopi: algarrobo negro (Prosopis nigra), árbol natural de Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay, cuya madera es dura, densa y muy durable.  Pero más curioso aún es que esta madera no era maciza, sino que era triplay (compensada, como dicen en Uruguay). Sin embargo el sonido de las guitarras Yacopi es inigualable: potente, destacándose los bajos que son muy profundos y los agudos aterciopelados –si cabe esta expresión–.

La guitarra que adquirió mi padre a la viuda de Fleury fue utilizada inicialmente por mi madre y posteriormente mi padre me la dejó a mí. Con ella llevo más de cuarenta años y la música de Abel Fleury sigue sonando en esta parte norte de Latinoamérica en una de sus guitarras, privilegio que tengo con este instrumento que me acompaña fielmente.

Adjunto a esta nota un programa –tesoro que guardo– del concierto que Don Abel diera en el Centro Democrático de la ciudad de Minas en el año 1957 (el lector encontrará dos errores de imprenta: donde dice Corte, debe decir Coste; y donde dice Rauro, debe decir Lauro), así como también una vieja foto que Fleury dedicara a mis padres y que presidió por muchos años el estudio de guitarra de mi casa paterna.



martes, 11 de septiembre de 2012

TRAGEDIAS Y MEMORIAS, ALGUNAS CIFRAS


Pretender apuntar muy brevemente las barbaridades que los hombres han cometido en este planeta a través de guerras, atentados y acciones terroristas sería una tarea inacabable y seguramente muy discutible por abarcar muchos períodos de la historia de la humanidad y terminaríamos poniendo en seria duda una de las acepciones de la palabra “humanista” (sensibilidad, compasión de las desgracias de nuestros semejantes) que nos gusta usar para distinguirnos de los demás seres vivos.
Es imposible no recordar esta fecha del 11 de septiembre cuando dos hechos muy crueles y degradantes de nuestra condición humana han ensangrentado nuestra memoria: el golpe de estado en Chile en 1973 y los atentados con aviones comerciales en los Estados Unidos de Norteamérica en 2001. Precisamente ayer veíamos en History Channel el programa “102 minutos que cambiaron a América” y pese a las innumerables veces que todos hemos visto programas sobre este tema de los atentados a las torres gemelas del Centro Mundial de Comercio, no dejamos de conmovernos y compadecer a las numerosas víctimas inocentes de esta ataque terrorista tan inesperado y feroz. Nada ni nadie podrá jamás justificar tales atrocidades que han quedado filmadas por decenas y decenas de cámaras profesionales y aficionadas.

Me quedaron grabados algunos testimonios de neoyorquinos que luego del colapso de las torres y de darse cuenta que no se trataba de accidentes, llamaban a vengarse de los “árabes”, de “¡matarlos a todos!”, “¡hay que exterminarlos!”. Una joven decía: “¡tenemos que irnos a la guerra ya!”. La indignación de los norteamericanos se mezclaba con el miedo y la incredulidad de estar bajo un ataque desconocido pero de una alta efectividad.
Ningún testigo se preguntaba por qué habían ocurrido esos atentados, qué se habría hecho por parte de los EEUU para que unas pocas personas de origen árabe decidieran dar su vida y llevaran esos aviones a chocar contra las torres y el Pentágono, los máximos símbolos del poder del país del norte.
Se estima que murieron en las torres algo menos de 3,000 personas entre hombres mujeres y niños inocentes en esos “102 minutos que cambiaron a América”. ¿Qué gente podría encerrar tanto odio en su corazón para llevar a cabo acciones de tan terribles proporciones? ¿Qué ofensa podrían haber recibido los terroristas y sus pueblos por parte de EEUU para planear y ejecutar estos atentados como una forma de venganza?

Si echamos un ojo a la historia relativamente reciente donde EEUU ha participado en acciones de guerra contra otros países, veríamos que se destacan los bombardeos atómicos a las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki cuando Japón ya estaba prácticamente vencido. Allí murieron en los tres primeros días más de 190,000 personas entre mujeres, niños y ancianos ya que en esos lugares no había concentración de tropas militares.
En otro teatro de operaciones, la península de Corea, los Estados Unidos asesinaron 2,500,000 civiles de Corea del Norte, sin contar las bajas de casi 1,500,000 de militares norcoreanos.


Poco tiempo después, en Vietnam, los bombardeos indiscriminados de napalm a la población civil de este país asiático provocaron las muerte de entre 3,800,000 y 5,700,000 personas.



En Chile, el ejército de Pinochet –con la ayuda y asesoría de pilotos y militares norteamericanos– provocaron numerosísimas muertes que el propio embajador estadounidense de entonces, Nathaniel David, evalúa de esta manera: “Las estimaciones acerca del número de gente muerta durante o inmediatamente después del golpe varían desde menos de 2.500 a más de 80.000. Una lista de 3.000 a 10.000 muertos cubre las estimaciones más fiables.” Amigo lector, les juro que me asombra el manejo tan frívolo de estas cifras de muertos, pero dejo a su criterio una estimación sensata de este crimen llevado adelante por el terrorismo de los dos estados: Chile y EEUU.



Finalmente aportemos las cifras de muertos civiles en Irak que según Wikipedia (organización imposible de asociar con el mundo musulmán) fluctúan entre 150,000 y más de 1,000,000 de personas.
Dejemos sin evaluar –por lo difícil de conseguir cifras creíbles– las muertes de civiles en Afganistán, en la ex Yugoslavia, en el cuerno de África, en Panamá y Granada donde los Estados Unidos metieron sus manos y armas. Tampoco cuento los muertos de la guerra contra el narco en México donde los delincuentes utilizan las armas que EEUU produce e introduce a nuestro país a través de operativos gubernamentales como “Rápido y furioso” (se estima entre 50,000 y 150,000 muertos).

Es curioso ver que History Channel o Discovery o Natgeo jamás manejan en sus programas “históricos” estas cifras de muertes civiles causadas por los Estados Unidos. Todo lo contrario, en sus programas se promueve el uso y los adelantos técnicos de armas personales, aviones de guerra, tanques, buques militares y demás artefactos de destrucción.
Me pregunto: la televisión americana ¿alguna vez derramará alguna lágrima por los millones de civiles muertos que su país ha provocado? Soy un poco pesimista y creo que no pasarán de hablar de “daños colaterales” en aras de salvar las democracias occidentales.