lunes, 30 de enero de 2012

REDESCUBRIENDO A MI PADRE

La lectura del libro “Los pioneros de la naturaleza uruguaya” del médico, investigador en trasplantes y medicina regeneradora, destacado pintor y escritor uruguayo radicado en Canadá, Daniel Skuk, me produjo una gran emoción por revivir a un notable personaje de las ciencias naturales de Uruguay, muy querido por mi familia: el Prof. Francisco “Pancho” Oliveras. Este verdadero Quijote de la naturaleza que recorrió a lo largo y ancho el país con un nutrido grupo de profesores, estudiantes, maestros, botánicos y zoólogos reunió una de las más importantes colecciones de arqueología, paleontología, geología y zoología, las que a partir de su donación al estado uruguayo constituyeron la base para la creación del Museo Nacional de Antropología.

Mi padre, Cédar Viglietti Viscaints, compartió con este magnífico docente de generaciones de investigadores y maestros uruguayos, aquellos inolvidables campamentos del “Centro de Estudios de Ciencias Naturales” que siempre fueron motivos de gratísimos recuerdos y un sinfín de anécdotas en el seno familiar.

Recuerdo a Pancho bonachón, siempre alegre, alto, de bombachas gauchas (pantalón muy ancho pero ajustado en el tobillo que facilita montar a caballo y las tareas propias del campo), de alpargatas de yute y boina vasca. Cuando entraba a mi casa a charlar con el viejo se le veía inquieto porque había abandonado por un momento a la gente del “Centro” en algún campamento cerca de Minas y trataba de ser breve en su visita.


Con mucha dificultad –por ser muy chico– recuerdo algún campamento al que fuimos en familia. Tal es el caso de La Charqueada, puerto fluvial sobre el Cebollatí en el departamento de Treinta y Tres, donde nos sacaron esa foto a mi hermana y a mí fascinados con el pequeño carpincho abandonado que pasó a ser adoptado por el conjunto de campamentistas. Pero sí recuerdo claramente haber ido varias veces al Arequita, ese cerro que es un ícono de la Ciudad de Minas en Uruguay, a acompañar a mi padre que iba a tocar la guitarra “a campo abierto” ante todos los integrantes del “Centro”, como se aprecia en la foto del precioso libro de Daniel Skuk y que ha estado desde siempre ilustrando este blog.


Resulta muy interesante saber que al influjo de Pancho Oliveras y su incansable labor por difundir las ciencias naturales y la protección del medio ambiente en Uruguay, el “Centro de Estudios de Ciencias Naturales” hizo pública en 1945 una declaración en la prensa de Montevideo donde advertía sobre evitar la destrucción de grutas o cerros –“monumentos de la naturaleza”– que “significa hacer desaparecer para siempre un libro que, leído con habilidad por el hombre le revela un detalle del secreto, más viejo que la humanidad, pero secreto todavía, como lo es el del origen del mundo…”

Con este lenguaje, quizás ingenuo pero sensible, un pequeño grupo de uruguayos se adelantaba a su época en la defensa de la ecología como bien lo señala el Dr. Skuk en su libro. Personalidades de diversos ámbitos se adherían a esta declaración como Fernando Della Santa (secretario general del Ateneo de Montevideo), el doctor Washington Buño (decano de la Facultad de medicina), los escritores Carlos Sabat Ercasty, Emilio Oribe, Francisco Espínola, el escultor Ramón Bauzá, el notable músico Eduardo Fabini, el musicólogo Lauro Ayestarán, los arqueólogos Rodolfo Maruca Sosa y Antonio Taddei, “el coronel –guitarrista y narrador– Cédar Viglietti”, el geógrafo Jorge Chebataroff, el zoólogo Raúl Vaz Ferreira, el médico y escritor Isidro Más de Ayala y varios personajes más.

Debo confesar que me entero hoy, a través del libro del Dr. Skuk, de estas actividades donde mi padre participaba y que hoy me llenan de legítimo orgullo. De  la misma manera sé ahora que artículos escritos por mi padre sobre el “Centro de Estudios de Ciencias Naturales” fueron publicados en el diario La Tribuna Popular entre los años 1949 y 1953.
Páginas más adelante, el Dr. Skuk hace una referencia muy conmovedora para quien escribe estas líneas en el capítulo “Los conciertos de Viglietti” narrándonos un momento de la noche en el campamento de la “Quebrada de los Cuervos” en el departamento de Treinta y Tres. Permítaseme tomar en forma textual dos párrafos de este capítulo para dejar intacta la sensibilidad del autor del libro “Los pioneros de la naturaleza uruguaya”:
“Pero esa primera noche de campamento, tras dar cuenta de la cena, el personaje fue Cédar Viglietti. Y es que el coronel no tuvo más remedio que ceder al pedido de sus compañeros, a quienes el viaje y la jornada de actividades en la ciudad de Treinta y Tres no parecían haber rendido. O, si rendidos, no lo suficiente para perderse la oportunidad de un concierto de aquel que, como Mario Pariente Amaro, solía jerarquizar con su guitarra los fogones del campamento.
Todo se preparó en forma sencilla pero casi religiosa: los faroles fueron apagados y alguien sugirió sabiamente prohibir los aplausos; nada debía quebrar la magia virgen del entorno. Y así se sucedieron… estilos, vidalas, tristes y aires camperos, en el silencio absoluto de la medianoche, apenas a la luz de la luna llena y los rescoldos del fogón. Sólo los nítidos timbres de la guitarra osaron impregnar las sombras escondidas en la vegetación nocturna. Todo es posible en el hechizo de la noche, y un escalofrío conmovió a aquel que pudo imaginar cómo los dedos de Viglietti, en esos momentos, pulsaban las cuerdas etéreas de la propia quebrada.”


    Viglietti en la guitarra y a su izquierda Pancho Oliveras. Fotografía publicada en el libro “Los pioneros de la naturaleza uruguaya”.

viernes, 20 de enero de 2012

De cacería con mi padre

No tengo dudas que lo que se hereda no se roba, pero también he aprendido que todo cambia como dice la hermosa canción del chileno Julio Numhauser. Y a pesar de haber sido cazador mi abuelo Jacinto Viglietti, cazador mi padre y cazador yo mismo, hoy me he transformado en un ornitófilo que admira y respeta a las aves. Sin embargo durante los finales de la década de los 50´s y toda la de los 60´s desarrollé junto a mi padre una intensa actividad de caza de perdices, martinetas, patos y liebres que en aquella época me fascinaba.
Inicialmente teníamos una perra mezcla de Setter de nombre “Pinta” que pese a no ser de raza pura medio servía para cazar perdices por los campos del Departamento de Lavalleja en Uruguay. Poseedora de un discreto olfato sustituía esta carencia con un intenso entrenamiento en campos cercanos a la ciudad de Minas que afortunadamente los teníamos a la mano.
No recuerdo de qué manera mi padre se vinculó con un señor de curioso nombre, Siul Samot Stratta, que era presidente del Pointer Club Uruguayo, una institución con mínima organización pero que criaba a los mejores perros del mundo para olfatear a las perdices y martinetas. Tiempo más tarde nos enteramos que los nombres Siul Samot provenían de Luis y Tomás invirtiendo el orden de las letras. Este amigo Siul vio el trabajo que había hecho mi padre con la perra “Pinta” y nos prometió que nos regalaría una cachorra Pointer con la condición que la entrenáramos y no permitiéramos que se cruzara con algún perro sin su autorización.


Así apareció Sporting Select Gacela, una cachorrita Pointer con pretencioso nombre que abreviamos en “Gala” y que comenzamos a educarla en la caza de la perdiz chica. Para ilustrar al lector debo aportar algunos datos sobre esta ave sudamericana cuyo nombre científico es Nothura Maculosa y que en lengua guaraní se llama inambú. Es un ave mediana, regordeta, de cuello largo, excelente caminadora. Su vuelo lo realiza excepcionalmente cuando se siente acorralada, y se trata de un aleteo veloz y ruidoso porque tiene que vencer con sus cortas alas la gravedad de su pesado cuerpo.
Este vuelo tan característico asusta a cualquier caminante desprevenido que se sorprende del ruido que produce. La gente de campo no es sorprendida porque instantes antes de volar da unos cortos silbidos que anticipan el escándalo del batir de alas. Vuelo corto (entre 80 y 120 metros), generalmente recto y a baja altura que intenta prolongar con planeos bamboleantes y torpes.


Habita pastizales en campos abiertos naturales o cultivados de casi todo el país, desde los alrededores de Montevideo hasta el extremo norte. Come granos y otros vegetales (hojas tiernas, brotes); también insectos adultos, crisálidas y orugas. Por su régimen alimenticio, que incluye semillas de un gran número de malezas e insectos dañinos, debe considerársele como un ave muy beneficiosa.
Nidifica en la primavera austral desde septiembre a mayo –lapso en el que hace varias posturas– en el suelo, junto al pie de alguna mata. Oculta tan bien su nido que resulta muy difícil descubrirlo. Pone de 4 a 8 huevos brillantes de color chocolate oscuro uniforme.


La cacería de la perdiz consiste en que el perro busque e identifique su olor, “marque” su presencia (adopta una postura rígida de gran atención y cautela) y provoque su vuelo que es aprovechado por el cazador para tirar con su escopeta y derribarla. Inmediatamente el perro deberá recogerla muerta y traerla en su boca, sin morderla, hasta las manos del cazador.
Para comenzar el entrenamiento de “Gala” mi padre rellenó una vieja calceta con muchas plumas de perdiz que se transformó en el juguete permanente de la perrita. Después de los 6 meses comenzamos a sacarla al campo a jugar con la pelota de plumas que se la escondíamos y ella rápidamente hallaba. Poco a poco le quitamos la calceta de plumas y ella buscaba el olor de la perdiz en el aire. Le reprimíamos cualquier persecución a otra ave que no fuera perdiz.
Luego venía un ejercicio bastante duro y cansado para quien escribe estas líneas porque había que enseñarle a “batir” el campo en zigzag para encontrar el olor (siempre con el viento de frente) y mi padre aprovechaba mis energías de los 9 o 10 años atándome el extremo de una cuerda de 25 metros a la cintura y el otro extremo al collar de la perra. Yo debía tirar de la cuerda cada vez que “Gala” completara su extensión por la izquierda para llevarla ahora a la derecha y al completarse este lado volver a jalar para llevarla al otro y no permitirle alejarse del cazador.
Se escribe sencillo, pero luego de estos ejercicios con una perra totalmente excitada y fuerte yo quedaba para el “arrastre” (muerto) como se dice en el argot taurino. Mi padre… caminaba tranquilo y daba instrucciones, eso sí.
Ahora había que salir con la escopeta porque la perra demostraba su poderoso olfato y encontraba perdices y las hacía volar. Debíamos derribarlas para que “Gala” no se frustrara en correrlas, conmigo de arrastro, claro. Temíamos que con los primeros tiros la perra se asustara pero era tan grande su excitación que no se espantaba con las explosiones.
De pronto la perra se detenía bruscamente y medio agachada se paralizaba “marcando” la presencia de una perdiz. Había que acariciarla premiando esa actitud y luego de unos pocos pasos detrás de la perdiz, invisible entre los pastos, sentíamos el silbido que anticipaba el vuelo y yo debía tirarme al suelo para facilitar que mi padre efectuara el disparo de su escopeta belga calibre 20 y no me diera a mí.
Si el tiro era bueno y caía la perdiz la perra se serenaba al encontrarla, pero si se fallaba intentaba correr tras ella y ¿quién creen ustedes que la detenía a costa de jalones que quemaban las manos y doblaban la cintura? ¡Adivinaron! El que escribe… Por fin llegó el momento de sacarla al campo sin la cuerda esperando que obedeciera cada vez que se le gritaba. Pero “Gala” demostró tener una personalidad muy independiente y la obediencia no era lo suyo, así que sobraron muchas oportunidades en que salía corriendo y no hacía caso a nada hasta las cansadas (mías) en que lograba alcanzarla y traerla atada de la correa.

Liebre uruguaya de origen europeo.

¡Ay mamita si se encontraba con una liebre! Comenzaba a correrla sin ninguna posibilidad de alcanzarla y desaparecía en el horizonte. ¿Quién creen que la iba a buscar a 25,000 kilómetros de distancia en aquel mar de pastos? ¡Volvieron a adivinar! Cuando lograba traerla con la lengua afuera (la mía) me encontraba con mi viejo sentado a la sombra de algún arbolito comiendo tangerinas que me decía:
–Bueno… ¿seguimos?
Yo ya no tenía aliento para contestar pero diga usted que la juventud de entonces hacía milagros.
El viejo era un tirador discreto que de 10 tiros pegaba 6 o 7, así que yo debía correr tras la perra 3-4 veces cada diez tiros para reprenderla por no obedecer el grito de detenerse y para que dejara de correr tras el vuelo de la perdiz. Pero con el tiempo empezó a obedecer (a esa altura yo ya era un corredor consumado) y ¡por fin! a los 9 años Papá me dio una escopeta belga también, calibre 28 (calibre muy pequeño) que obligaba a tirar inmediatamente que la perdiz emprendiera el vuelo para evitar que se alejara y el tiro ya no le hiciera nada. Creo que ese calibre tan pequeño desarrolló mi puntería porque tiempo después mi padre se compró una escopeta Beretta calibre 16 y me pasó la calibre 20 y yo ya lograba acertar 9 de 10 tiros.
Recuerdo cuando íbamos cerca del Río Cebollatí a cazar martinetas, especie de perdiz pero mucho más grande y pesada que vive en los pajonales de zonas muy húmedas. No es sencillo cazar en estos lugares porque la martineta se mete donde hay paja brava (esa especie de zacate ornamental en México con filos cortantes) y la perra se tajeaba todo el hocico de tal manera que teníamos que detenerla un momento para pasarle un trapo con agua oxigenada y parar la hemorragia. Era verdaderamente difícil tenerla quieta ante su excitación por buscar las emanaciones de estas aves.

Martineta

De pronto la perra se detenía petrificada y a unos pocos metros más adelante levantaba pesadamente vuelo una gorda martineta que era un blanco más fácil que una perdiz de vuelo mucho más rápido. Al matarla se complicaba para nosotros y la propia perra encontrar la pieza porque la paja brava era más alta que cualquier hombre y ocultaba el lugar donde caía esta ave tan preciada.
La calidad de la perra “Gala” era tal que Siul Stratta nos invitó a participar en un concurso sudamericano de caza donde participaban perros Pointer de Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay. Nuestra perra ganó el primer premio en una maravillosa demostración que incluyó –accidentalmente– una estampida de ganado Hereford que al pasar a su lado mientras marcaba una perdiz, ni la inmutó y continuó su labor de caza. De postre, entre la primera y segunda perdiz (de las tres que se le otorga para calificarla) se le atraviesa una liebre corriendo y con mi padre vimos todo perdido porque la perra saldría como tiro corriendo tras ella y se acabarían allí todas sus posibilidades de obtener un buen puntaje. Ese día fue la única vez en su vida que “Gala” hizo caso al grito del viejo que la paró en seco y con ellos sumó muchos puntos por obediencia. La revista Diana (de caza, tiro, canofilia y pesca) de Argentina la sacó en una sus portadas como ejemplo de perro de caza. Dicho sea de paso de mí no hicieron ninguna mención, ni me sacaron fotos…


Es momento oportuno para recordar a un minuano amigo de mi padre, Samuel “El Vasco” Rodríguez –a la sazón gerente de la sucursal del Banco Comercial en Minas– que, además de finísima persona era un magnífico tirador. Con su escopeta Remington calibre 20 (cuando todos los tiradores usaban calibres mayores, 16 y 12, obteniendo mayores oportunidades de acierto) participó de ese concurso sudamericano haciendo gala de su extraordinaria puntería y asegurando que cada tiro fuera una perdiz derribada y evitar así que los perros concursantes corrieran tras la presa que escapaba.
¡Híjole, manito! Después de escribir sobre perdices se me despertó el apetito y las ganas de comerme una perdiz en escabeche, situación imposible en México porque no existe esta ave, pero se la puede sustituir por una codorniz que es igualmente sabrosa y se consigue en los mercados. Les comparto una receta uruguaya de Perdices al Escabeche que si usted se anima a prepararla le encantará:


Ingredientes para 4 personas:
4 perdices o 4 codornices que en México y seguramente en muchos países se consiguen.
2 cebollas grandes
4 zanahorias
8 dientes de ajo
8 champiñones
20 granos de pimienta negra
4 hojas de laurel
2 chiles serranos (en el caso de México)
Sal al gusto
1 taza de aceite de oliva.
1 taza de vinagre de manzana o de vino blanco.
1 taza de agua.
Preparación:
Lavar bien las perdices y secarlas, freírlas una a una en el aceite de oliva, hasta que queden doradas, salarlas.
Cortar las cebollas, las zanahorias, los chiles y el ajo en rodajas finas.
Aprovechar el aceite de oliva y colocar en camadas, de la siguiente forma:
1º - Cebolla.
2º - Laurel, ajo y champiñones.
3º - 2 perdices.
4º - Zanahoria y pimienta en grano.
5º - ½ taza de vinagre.
6º - Repetir una segunda camada.
Colocar en fuego lento y tapar la olla, pasados 7 u 8 minutos, poner el agua.
Cuando la zanahoria esté cocida, está lista la receta.
Dejar enfriar y guardar en el refrigerador en un recipiente hermético. Ya tiene usted una magnífica cena fría y ligera.
 
¡Buen provecho!

viernes, 6 de enero de 2012

DIA DE REYES

Diciembre y enero en Uruguay eran meses hermosísimos para mis cuatro años de vida: llegaba el verano con ese calor tan lindo que nos sacaba ropas gruesas a cambio de un cómodo short y una remera (camiseta) de manga corta; mucha luz para jugar afuera de la casa hasta casi las nueve de la noche que apenas oscurecía; ir a bañarse al arroyo Campanero o al río Santa Lucía; la Navidad; el Año Nuevo y… la noche de Reyes Magos.
Por cierto, Papa Noel (Santa Claus, en México) no pintaba como hoy. Era un gordito barrigón y de barba blanca más cercano a los avisos gringos de la Coca Cola que a los niños uruguayos.
¡Cuántas emociones juntas para tan pocos años! Me hago cargo que lo vivía así porque era un niño de clase media con posibilidades de tener unas cenas muy lindas –aunque sin lujos– de Noche Buena y Fin de Año, y recibir los ansiados juguetes el 6 de enero…  Digo esto porque en mi viejo barrio Las Delicias de la ciudad de Minas, lamentablemente no todos los niños tenían acceso a lo que yo tuve.
Eran años de una vida sencilla –hablo con precisión del año 1956– donde los niños de 3, 4 o 5 años jugábamos con pequeños autitos de latón o madera (el plástico aún no era usado), algún rompecabezas también de madera, juegos de mesa, alguna escopeta que disparaba un corcho o una espada de madera que nos hacía imaginar aventuras que habíamos visto en algún libro de cuentos con coloridas ilustraciones. En mi caso, nunca faltó una guitarrita. La televisión no existía y al cine todavía no íbamos.




Sí teníamos una gran capacidad de asombro ante cualquier novedad, en aquella época tan simple y hermosa a la vez. El mero paso de un auto nos llamaba la atención porque en aquellos años casi no circulaban vehículos en Minas. Los ómnibus de la ONDA (Organización Nacional De Autobuses) que pasaban un par de veces al día hacia Melo, Treinta y Tres o Lascano eran toda una atracción por sus escandalosos motores que rugían al subir el cerro del barrio Las Delicias.
Un atractivo aparte –muy especial para mí– era el guinche (grúa) del señor Matheus que me parecía poderosísimo y mágico por cómo podía arrastrar cualquier auto con absoluta facilidad. Si estaba dentro de la casa o en el fondo, mi mamá o mi hermana Graciela, me gritaban que pasaba el guinche de Matheus y yo dejaba cualquier cosa que estuviera haciendo para correr hasta el porche para ver aquella máquina prodigiosa.




Como todo niño nos portábamos más o menos, peleábamos mucho con mi hermana Graciela, dábamos guerra a la hora de la siesta obligatoria del verano, en fin… pero siempre hacíamos buena letra cuando se acercaba el día de Reyes, que en los calendarios uruguayos de entonces decía “Día de los Niños”. Permítaseme comentar que la fuerte influencia de los gobiernos batllistas (término acuñado por la enorme personalidad del político José Batlle y Ordóñez) que eran totalmente alejados de cualquier religión, inducían a poner en los calendarios en el día 25 de diciembre “Día de la Familia” y nada de Navidad, así como el 6 de enero “Día de los Niños” y no Día de Reyes...

Esa noche del 5 de enero de 1956 pusimos los zapatos con mi hermana en el arbolito de Navidad con la esperanza que los Reyes tuvieran poca memoria, fueran generosos y nos dejaran algún juguete. Con mucha emoción cortamos un poco de pasto y pusimos un recipiente con agua para los camellos (allá en Uruguay no andan a caballo ni en elefante… los tres en camellos), y nos acostamos con los nervios de punta.

Al otro día nos despertamos tempranísimo y corrimos hacia el arbolito de Navidad. ¡En mis zapatos había un auto rojo a pedal! ¡No lo podía creer! Era maravilloso, brillaba su gruesa lámina roja, tenía un volante plateado y era enorme… bueno, así lo veía yo. Mis padres me preguntaban qué me parecía, pero yo no podía hablar de la emoción. Los que hablaban eran mis ojos agrandados por el asombro. Lo acariciaba para medir en toda su extensión ese enorme regalo. No me animaba a sentarme en el asiento de madera pero tocaba las ruedas de metal con un acabado de hule que me parecían ruedas de verdad.




No se podía tener un mejor regalo. Mi padre lo levantó para llevarlo a la vereda (acera) pero yo no quería que lo levantara sino que fuera rodando porque era un auto, no un juguete. Finalmente me senté para empezar a pedalear cuando mi padre me dice una frase que la recuerdo aún con emoción:

–En realidad, los Reyes dejaron el auto en el taller de Matheus y él lo trajo anoche en su guinche.

Me bajé inmediatamente del autito para pararme bien y soportar mejor semejante noticia que no sabía si no era más importante que el propio regalo.
–¿Lo trajo el guinche de Matheus? – balbuceé mientras me temblaban las piernas de sólo pensar que mi autito haya subido por la Av. Varela enganchado a aquella grúa prodigiosa.

–Sí, sí. Lo desenganchó aquí y lo entramos con tu madre…

Era demasiado. Ya no podía dar pedal porque mi imaginación le ganaba a mis piernas. Estaba paralizado tratando de concebir aquella maravilla y miré hacia el kiosco policial por donde llega la Av. Varela y vi, con toda claridad y detalle, al guinche de Matheus trayéndome aquel autazo rojo brillante enganchado a la más poderosa grúa de mi pueblo.