sábado, 19 de noviembre de 2011

CARTA A UN HIJO DE MARÍA DEL CARMEN

Recibí un comentario sobre el artículo LA SOLIDARIDAD Y LA BUENA SUERTE de una vieja amiga que solicitó mi amistad a través de la página de Facebook “Minuanos que peinan canas” donde aparecimos los dos en una foto del liceo de Minas. Lamentablemente, después de escribirme el mensaje, ella misma imposibilitó en Facebook que le conteste al eliminarme. Su comentario está en el artículo de marras, y me dice que tiene un hijo en el Ejército. A su hijo le mando esta carta con respeto y con el sincero ánimo de reconstruir, en forma virtual hoy, aquella vieja amistad con María del Carmen.


Estimado joven oficial:
Hace un buen montón de años que conocí a tu madre en aquel entonces único liceo de Minas; fuimos compañeros de clases que además de compartir lo diario del liceo compartíamos una linda amistad porque nuestros padres, militares ambos, compartían también sus profesiones y la afición por la guitarra.
Recuerdo con afecto y muy claramente a tu abuelo cuando llegaba a casa con una guitarra pequeña, de esas medio decimonónicas, es decir un poco más pequeña que las actuales. Tocaban con mi padre mientras tu madre y yo intercambiábamos los chismes y anécdotas del liceo. Sí es cierto que nuestra amistad se reforzaba con la amistad de nuestros padres.
De esa época tengo magníficos recuerdos y yo no escapé a la vocación de todo hijo de militar: también vestir el uniforme. Me encantaba ir a los cuarteles con mi padre, andar entre los “milicos”, como llamaban todos los oficiales a la tropa sin ánimo de ofender sino usando un término acuñado dentro del propio ejército. Pese a mis pocos años (5 o 6) y de pantalones cortos pero con aire marcial y mucha concentración marchaba con la tropa en la plaza de armas. ¡Qué orgullo ver a mi padre de uniforme con la espada en la cintura! Espada que aún guarda mi hermana y que cuando la visito miro con cariño. Los oficiales no usaban en aquellos años ninguna arma en el cinto porque no tenían que defenderse de nadie ni de nada.
También me emocionaba mucho en los desfiles militares ver la tropa preparada para marchar con las banderas, con el oficial al mando que gallardo manejaba su espada y pedía permiso a su superior para iniciar la parada.
Recuerdo el respeto que en esa época se les tenía a los militares, porque si había cualquier contingencia (inundaciones, incendios, etc.) estaban siempre del lado de la gente metiendo el hombro para ayudar a que las cosas salieran adelante. Mi padre fue Subjefe de la entonces Región Militar No. 4 (hoy División de Ejército 4) sirviendo junto a su jefe el Gral. Pratto e innumerables veces el personal militar era enviado por mi padre a pintar escuelas públicas, a cortar árboles que algún temporal había tirado, sacar gente en apuro por la crecida de algún río, etcétera. No se me olvidan nombres de militares que fielmente sirvieron junto a mi padre en la región militar como el Tte. Cnel. Omar Oscar Sosa, el My. Strapolini, el Cap. Barba, el My. Mainard, el My. Parodi y tantos y tantos oficiales que ahora se me olvidan sus apellidos. Es natural que me acuerde de los grados que tenían en aquel entonces y que no los haya nombrado con el grado superior que seguramente alcanzaron. Entre ellos estaba tu abuelo y su guitarra…
Nunca fui anti militar ni metí a todos los militares en la misma bolsa, ni los mido con la misma vara, como me dice tu mamá. No podría hacerlo por un problema de formación desde la cuna, porque viví mi niñez y juventud rodeado de militares.
Y ahora te escribo a ti porque tu madre, mi vieja amiga María del Carmen, está enojada y confundida y se puso en la vereda de enfrente. Con esta carta a un joven oficial del Ejército Nacional intento cruzar la calle para no perder la amistad de tu madre que durante muchos años la he recordado con afecto y nostalgia de aquellos años tan lindos en mi vida.
Nunca he hablado ni dejo que hablen mal de la institución “Ejército” como una sola cosa ni hago responsable a quienes no metieron las manos en actos injustificables que no se pueden defender si se tiene decencia. Ésta no es una pose de último momento para “quedar bien”. Es más, es ella con su breve comentario que mide a todos los militares con la misma vara y defiende a quienes no se debe defender e involucra así a la mayoría de sus integrantes que tuvo y tiene las manos limpias.
Para que veas que lo que digo no es pose transcribo un fragmento de otro artículo que escribí en este mismo blog:

Hoy leo en un diario de Uruguay: “En el Ejército, la noticia de los procesamientos (en particular de Dalmao, quien se encuentra en actividad) cayó "muy mal", aseguraron a El País fuentes castrenses.”

¿Qué cayó mal en los militares? Creo, en realidad, que algunos cuadros veteranos del Ejército, pretenden diluir sus responsabilidades en crímenes injustificables desde cualquier punto de vista, en el conjunto de las fuerzas armadas cuya mayoría no participó en aquellos acontecimientos. ¿A quién le puede caer mal que se depuren las fuerzas armadas de integrantes que ensuciaron el uniforme con crímenes atroces? Mi padre, militar del arma de infantería, siempre me enseñó a respetar al Ejército y a sentirse orgulloso de él. Me hablaba del espíritu artiguista de las Fuerzas Armadas (en referencia a José Artigas, héroe nacional fundador del Ejército uruguayo) y, créanme, sentía yo un gran orgullo del uniforme que él llevaba.

Jamás oí de mi padre que Artigas torturara o asesinara a los prisioneros. Recuerdo cuándo me explicó que Artigas dijo, luego de la feroz batalla de Las Piedras contra los españoles, “Clemencia para los vencidos, curad a los heridos”. Tampoco me contó que Artigas esperara a que una mujer embarazada tuviera a su bebé para luego matarla y robarle el hijo. Nunca me dijo que Artigas hiciera desaparecer a los detenidos. Jamás me contó de cobardías tales. Me hablaba de hechos heroicos, del respeto por el enemigo vencido, de la valentía de los soldados orientales (recuerde, amigo lector, que el nombre oficial del país es República Oriental del Uruguay).

Fueron pocos los militares que ensuciaron esa tradición artiguista y que llevaron al resto del Ejército por caminos equivocados que nunca volverán a recorrerse. No importa la cizaña del diario El País, siempre tan mal intencionado y dando espacio a lo poco malo y abyecto que queda dentro de las Fuerzas Armadas sin hacer un comentario condenatorio.

Sépanlo los jóvenes militares uruguayos: Nibia era una hermosa muchacha que jamás portó un arma; que jamás le hizo daño a nadie; que nunca se apropió de un bebé ajeno; que jamás robó en una casa en medio de un allanamiento, que jamás le puso una capucha a nadie para que luego no la reconocieran por algún acto deshonroso.

Y tenía 24 años…



Este artículo está publicado en este mismo blog el 13 de noviembre de 2010, hace poco más de un año y no corregiría ni una sola palabra.

¿A quién puede molestar lo que escribí entonces o lo que escribí ahora?
Es evidente que mi nuevo artículo se refiere a una época muy precisa donde unos pocos (militares y civiles) llevaron a muchos a pensar y creer con odio que el enemigo era la gente que hoy está en el Frente Amplio. Mi artículo no habla del enfrentamiento del Ejército con los Tupamaros, que terminó en 1972. Yo escribo sobre el año 1975 y 1976.

Como mi compañera Nibia, yo jamás tuve un arma en la mano, salvo la escopeta calibre 20 con la que salía con mi padre a cazar perdices, cosa que hoy me arrepiento mucho porque he aprendido a respetar y querer las aves.

Sí están en la vereda de enfrente quienes dieron el golpe de estado sin ninguna justificación, siguiendo directivas de políticos y empresarios ambiciosos con el apoyo de un país guerrerista (EEUU) cuando ya habían derrotado en 1972 al MLN (al cual, por cierto, jamás pertenecí); quienes asesinaron a sangre fría a gente desarmada; quienes torturaron hasta la locura a gente atada; quienes mataron a una joven para robarle a su hijo recién nacido; quienes violaron jovencitas y mujeres indefensas; quienes robaron en cada allanamiento y cargaron camiones militares con el botín. También están en la vereda de enfrente quienes sin hombría ninguna mantienen silencio sobre la suerte de mucha gente desaparecida, hecho que sigue echando sal a una herida vieja y profunda. ¿Tú no crees que tu madre te buscaría hasta el fin del mundo y hasta el fin de su vida si no supiera nada de ti?

Estoy seguro, joven oficial, que tú y tu madre no justifican estos excesos porque también estoy seguro que ni tu abuelo ni tú (simplemente por tu edad, debes tener entre 30 y 35 años) participaron de estas barbaridades inhumanas. Por eso creo que no estamos en veredas diferentes aunque tengamos ideas políticas diferentes. Como equivocadamente se le atribuye a Voltaire, yo me afilio a la frase "Estoy en desacuerdo con tus ideas, pero defiendo tu sagrado derecho a expresarlas", y créeme que tanto tú, como tu mamá y yo, que pensamos distinto, debemos estar de acuerdo con ella. Los que dieron el golpe de estado en 1973 no estaban de acuerdo con esta frase.

Con los años he aprendido que la vida no se divide entre militares y civiles, como si unos fueran los malos y otros los buenos. El hombre en general es un puñado de luces y sombras, pero hay muchos que son casi solo sombras, civiles y militares. Hay algunos civiles dentro de la propia izquierda que han vivido ocultando sus bajos instintos y que han hecho un daño irreparable que no tiene perdón. Así ha ocurrido hasta dentro de mi propia familia. Ser de izquierda no es un salvoconducto que garantiza integridad, decencia y sensibilidad.

No vivas “padeciendo” por lo que otros mal hicieron y que yo denuncio para que no haya más de esos tipos dentro de las fuerzas armadas. Tú tienes la oportunidad de ser un oficial ejemplar, de servir al país, de ser decente a carta cabal, de ser un buen hijo, un buen esposo y un buen padre. No te sientas ni dejes que algunos pocos viejos y resentidos oficiales te hagan sentir parte de quienes no honraron a la patria y han tapado con tierra y cal los delitos que cometieron. Nadie puede sentirse orgulloso de lo que oculta. El espíritu de cuerpo en el ejército es sano y vale si es por cosas que te den orgullo a ti y a los demás.

Finalmente te pido que saludes a tu madre de mi parte y dile que me mande su correo electrónico así podremos recordar los viejos tiempos. Ella me pidió “ser amigos” en Facebook pero veo que ahora ya me eliminó y eso se puede arreglar. Saludos sinceros para ti. Cédar Viglietti.