sábado, 26 de marzo de 2011

COMENTARIO DE UN LECTOR AFICIONADO SOBRE "CIEN AÑOS DE SOLEDAD" DE GABRIEL GARCIA MARQUEZ

Hace varios años un joven estudiante me pidió que escribiera un comentario sobre la novela “Cien años de soledad” del escritor Gabriel García Márquez para tener una idea de cómo se escribe un artículo de esa especie y así cumplir con su tarea. Antepuse que no era quien para escribir sobre tan importante obra, que no era (ni lo soy) escritor, ni analista literario y ni siquiera un buen lector. Pero me pidió que lo hiciera como un lector aficionado cualquiera y que a cambio me regalaría una buena edición de la novela que había perdido tiempo atrás. Las ganas de volver a tener esa gran novela me tentaron y escribí el presente artículo.


A esta altura de la literatura hispanoamericana no es ninguna novedad que "Cien años de soledad" es una de las mayores obras que se han escrito en nuestra lengua. La prosa tan amena, la creatividad sin fin, la incorporación de tradiciones indígenas y mestizas y fundamentalmente "la magia" –tan cotidiana en la vida de los latinoamericanos– tratada con una increíble naturalidad hacen de esta novela un libro imprescindible para entender nuestro continente desde el río Bravo hasta la Patagonia.
            Los lectores norteamericanos y europeos, que han leído tantas traducciones, se han asombrado del llamado "realismo mágico". Les parece mentira que un escritor pueda "inventar" tantas situaciones y personajes sacados de una chistera inacabable; cuando en realidad García Márquez recurre a la exageración; pero eso sí, con un gran desparpajo y una exquisita inspiración. La verdadera magia está en la forma de escribir con tanta frescura y exuberancia; en atreverse a contar cosas aparentemente absurdas con la mayor naturalidad; en ser un genial mentiroso a quien el lector le gusta creerle aunque sepa lo falaz que es.

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No se trata de una novela histórica aunque cuenta la historia improbable del pueblo de Aracataca donde nació el autor. No cuenta la historia de su familia aunque, como ha reconocido García Márquez, su familia está presente: "Recuerdo que cuando era niño y veía pasar a mi abuela siempre volaban mariposas amarillas..."
            Cada personaje es un verdadero tratado de fascinante locura. José Arcadio Buendía que trazó con maestría las calles de Macondo para que todos tuvieran las mismas posibilidades de luz y acceso al río, terminó atado a un árbol luego de infructuosos intentos para encontrar oro con un imán, utilizar el movimiento perpetuo o "atrapar" a Dios en una placa de daguerrotipia para probar su existencia. Ursula, aparentemente centrada pero revisando cada hijo para ver que no tuviera cola de puerco o permitiendo que su esposo esté atado a un árbol del fondo de la casa. José Arcadio, el hijo con monumental falo, fuerza y hambre de 10 hombres que termina domado por la dulce Rebeca. O el tímido Aureliano que se enamora de una niña impúber (Remedios) y espera su primera menstruación para desposarla. Es el mismo Aureliano que se transforma en el coronel Aureliano Buendía, uno de los más temidos y audaces caudillos de toda la costa caribeña. O Remedios, la bella, que vivió al margen de la vida, sin mancharse en este mundo y que terminó ascendiendo y desapareciendo en el cielo en un acto de inesperada levitación.

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            Es muy interesante como García Márquez maneja los personajes que en muy pocas páginas transforman su personalidad. Tal es al caso de la dulce y menudita Rebeca que esperó pacientemente que cuajara el noviazgo con un italiano muy delicado e indeciso y finalmente termina metiéndose en la hamaca del bruto y maloliente José Arcadio. Un José Arcadio que se desayuna con 16 huevos crudos, que marchita las flores con sus tremendas ventosidades y que es capaz de jugar vencidas con cinco hombres a la vez. Resulta fascinantemente bestial la brevísima descripción del primer encuentro amoroso entre ambos: ..."la despojó de su intimidad con tres zarpazos, y la descuartizó como a un pajarito." También fascinante y no exenta de humor es la inmediata conclusión de la escena amorosa de Rebeca: "Alcanzó a dar gracias a Dios por haber nacido, antes de perder la conciencia en el placer inconcebible de aquel dolor insoportable,...”
            La transformación de Meme que luego de los fogosos encuentros con Mauricio Babilonia, donde su personalidad es incontenible, se transforma en la sumisa muchacha que acepta el enclaustro en un convento luego de la muerte de su amado. Su propio hijo, aparentemente mutilado por el encierro a que lo somete su abuela, resulta ser el único Buendía lúcido capaz de descifrar unos extraños manuscritos que definen esta obra literaria.
            En esta novela se pueden apreciar innumerables efectos logrados por el escritor en personajes, ambientes y situaciones que, parafraseando a Ursula cuando define su familia, la hacen una historia "...de locos..."
            La clave de esta locura es la exageración genial de hechos posibles transformándolos en actos de "magia". Tal es el caso de la descripción de la fuerza de José Arcadio Buendía, que se necesitaron 10 hombres para tumbarlo, 14 para amarrarlo y 20 para arrastrarlo. O el rejuvenecimiento e instantáneo envejecimiento del gitano Melquíades mediante el solo efecto de ponerse o sacarse los dientes postizos. La curiosa muerte de José Arcadio, cuya hemorragia del oído recorrió calles hasta meterse por debajo de la puerta en la casa de su madre, quien inmediatamente adivinó la suerte de su hijo. La lluvia de flores amarillas durante toda una noche cuando murió José Arcadio Buendía. La proliferación de los animales de Aureliano Segundo (las yeguas parían trillizos, los conejos crecían de la noche a la mañana, etc.).
            Pero detengámonos un momento en estos actos de "magia", que los latinoamericanos porfiadamente sostenemos no son productos de una elucubración fantasiosa del autor sino de  una exageración de la realidad –en todo caso mágica–  que vivimos diariamente.  Por cierto es difícil creer que se produzca una lluvia de flores amarillas, pero ¿qué pensar de una lluvia de arena? ¿Acaso no suena a fantasía que del cielo caiga arena? Pues bien sabemos que cuando el Popocatépetl tuvo un episodio de erupción, en el DF llovió abundante arena que provocó varios accidentes viales.
            En la presa Brockman, Municipio de El Oro, Mexico, del cielo caían millones de papelitos y no había pasado ningún avión. Pero aún más, los papelitos desafiaban a la gravedad y no caían. Avanzaban. Y no había viento que impulsara nada. Solamente se veían avanzar y dar vueltas en el aire. Algún papelito llegó a caer –muy pocos– y resultó que eran mariposas Monarcas que llegaban desde Canadá al Estado de México y Michoacán el día 2 de noviembre, cumpliendo puntualmente con la tradición de ser las almas de los niños muertos que visitan a sus familiares.
            La convivencia con los muertos, fenómeno recurrente en la novela de García Márquez, llega a tal extremo en nuestra vida diaria que una señora de Metepec cuenta –y no hay por qué no creerle– que por las noches atraviesa el patio de su casa un señor que sólo ella ve. "Al principio me asustaba, ahora ya no, porque sé que es el señor que murió hace muchos años en esta casa tan antigua...", dice.
            ¿Suena posible que la lluvia se lleve casas, autos y gente? ¿Que el viento arrastre a las personas y que tres hombres fuertes sean necesarios para atajar a alguien que rueda por la calle? Con los sucesos recientes de la costa de Oaxaca y Guerrero sabemos que eso y más es posible.
            Así es nuestro continente; impredecible, alucinante, crisol de tres razas (india, europea y africana) que da por resultado un lugar único, mágico e irrepetible.
            Pero también se deben reconocer las numerosísimas aportaciones absolutamente creativas de García Márquez, entre las que destaca el llanto que oyó Ursula de su hijo José Arcadio cuando aún estaba en su vientre. Llanto que Ursula llegó a definir como un anuncio de la incapacidad para amar de ese futuro hombre. Vale la pena recordar aquí cómo el autor no escatima el humor en este momento tan dramático y describe la alegría de José Arcadio Buendía porque tendrá un hijo ventrílocuo. Otro ejemplo de creatividad es la obsesión de Ursula durante toda la novela de que la consanguinidad fuera a procrear un niño con cola de puerco, situación que se produce al cierre de la novela.
            Resulta apasionante el final de esta maravillosa obra literaria porque García Márquez cierra un círculo que supo de complicaciones y vericuetos interminables. Uno a uno los personajes van desapareciendo, no quedan ni los descendientes (el último es devorado por las tenaces hormigas que tanta destrucción causan a lo largo de la novela), ni sus casas, ni el pueblo que es devastado por el viento.
            A lo largo de la novela la soledad se impone. José Arcadio Buendía acaba muerto solo bajo el castaño. El coronel Buendía termina encerrado solo en su taller. Rebeca, tan sola que nadie sabe en que día realmente murió. Amaranta, reseca, sola, pactando con la muerte su ida del mundo. Meme, abandonada en un claustro de monjas. Remedios, la bella, sola en el mundo y sola en su partida aérea.
            Se cierra el círculo. Porque la obra comienza con un personaje fascinante (el gitano Melquíades) que despierta el interés de José Arcadio Buendía por interpretar unos antiguos manuscritos que finalmente resultan ser como un verdadero oráculo. Manuscritos que los Buendía, de generación en generación, sienten la curiosidad de descifrar hasta que finalmente el hijo de Meme lo logra y lee su propio destino: morirá al momento de leer el último párrafo y no quedará nada de su familia ni de su pueblo.
            Así termina esta magnífica novela. Ya no hay nada de qué escribir. Todo ha terminado.
            Queda la hermosa sensación de haber leído algo irrepetible y genial. De ser un lector afortunado por haber tenido la oportunidad de leer en el idioma original una obra sin par. Finalmente queda nuestra imaginación enriquecida por habernos adentrado en un mundo alucinante y frondoso y por haber convivido con personajes que –a través de la lectura– nos harán seres humanos más lúcidos y sensibles.
                        México, octubre de 1997.

martes, 8 de marzo de 2011

Ramona Malacría

A mis hijos Guillermo y Martín


No sé ni cómo empezar a contarte esto que no se lo he dicho a nadie. Allá en Minas es imposible contarlo por que conocen a Ramona Malacría y se reirían de mí y dirían que estoy loco.  Por eso aprovecho esta visita aquí a Montevideo y te lo cuento. Lo único que te pido es que me oigas hasta el final y no te rías. ¿Vos te acordás de Ramona Malacría? ¿Cómo que no? ¿Nunca la viste pasar por la plazoleta Río Branco? Bueno, si la hubieras visto no te olvidarías de ella. Porque es una mujer muy extraña. Es alta, delgada, camina como una modelo: erguida y cadenciosamente. Tiene bien dorada la piel y unos increíbles ojos azules claros. Es veterana, debe tener unos cincuenta años. Si ya sé que es muy vieja, pero además es una pordiosera, una bichicome que anda todo el día en la calle caminando delante de tres perros que la siguen a todos lados. No tiene zapatos. Chancletea unas alpargatas todas rotas pero jamás pierde su porte sereno y altivo. Mi viejo siempre dice que es una reina extraviada. Quien la ve lamenta su mugre y los jirones de telas que alguna vez fueron ropa, pero lo lamenta porque es imposible ser indiferente ante ella. Su belleza, aunque degradada, se asoma sugerente a través de sus ojazos azules Esa es la famosa Ramona Malacría. Bueno, ahora ya puedo contarte lo que me pasó. Empiezo por decirte que el gofio me encanta. Solo, con un poco de azúcar, o con leche es una de mis meriendas preferidas. También me gusta mucho cuando la vieja hace una torta que queda suavecita. Casi diría que me olvido de lo feo de ir a la tahona y atravesar el maldito Parque Rodó. Porque el Parque Rodó no es feo, al contrario, ¡es tan lindo pasear bajo sus árboles! o recorrer los interminables jardines con rosas de todos los colores. Y ni te cuento del zoológico. ¡Cuántas horas me pasaba mirando a los monos o al oso pardo! ¿Te acordás del Pisto? ¡Qué mono hijo de puta! Siempre andaba con la pistola parada y el desgraciado se pajeaba todo el tiempo. Y ahí nosotros mirando y acomodándonos la bragueta para disimular el bulto. Me acuerdo del día que se cogió a la mona. ¡Que lo parió! Casi nos morimos de excitación. Ah, si, es cierto, también estaba el perro dingo, el carpincho, las águilas, los cuervos... bueno, y todos los demás bichos. Pero te decía que hay tantos árboles en el parque que uno puede caminar dos horas sin ver el sol. Pero en la noche la cosa es distinta. No hay una sola luz. Todo es sombra. No se ve un carajo, apenas para caminar y no tropezarse. Y ¡mamita... ! si justo al pasar por las jaulas aúlla el dingo o ruge el oso te aseguro que te cagás en los calzoncillos. No te alcanzan los ojos para mirar para todos lados, ni las patas para correr. Por eso no me gusta atravesar el parque de noche. ¡Tiiiito! (ésta es la voz de mi madre) ¡Andá a buscar un kilo de gofio a la tahona! Tito, Tito. Siempre yo. ¿Y qué querés? ¿Qué vayan tus hermanas? Andá, haceme el favor. Y ahí voy yo a las siete de la noche a la tahona. Y vos sabés lo oscuro que está a esa hora en invierno. La duda me asalta. La maldita duda. ¿Atravieso el parque o doy toda la vuelta por la calle? Por el parque de noche me da miedo y por la vuelta también, porque está el sorete del Chato Sosa en la esquina de la panadería siempre dispuesto a romperme la jeta porque le miro a la hermana. Como si yo le hiciera algo a la Mireya. Nomás la miro y ella... bueno, para qué te voy a mentir, ella también me mira. Ese día, más bien esa noche, decidí ir por el parque... Después de todo ya tengo 15 años y estoy crecidito. Me metí en el parque y caminaba con mucha calma... bueno, esa sensación quería dar. No me apuraba para no mostrar miedo. El camino me lo sé de memoria y no necesito luz. Paso los guayabos, sigo frente a la jaula de los avestruces y por atrás de la jaula del oso me meto en la calle de los pinos grandes. A esa altura la oscuridad es total. Me aturde el ruido de mis pasos en tanto silencio. Puta madre... ya estoy arrepentido de haber venido por aquí. De pronto desde un costado oigo: “Tito...” (ésta no es la voz de mi madre). Me paro, no por valiente sino más bien por cagón porque se me paralizan las piernas y no puedo rajar de ahí. “Vení Tito, no tengas miedo...”  Creéme que la voz se oía bien suavecita y amable, además se ve que me conocía. Miro hacia el costado y veo una mujer bellísima con un vestido todo blanco. “Vení botija que hoy le vas a ver la cara a Dios.”  Ahora la voz era burlona y sobradora pero obedezco como tarado y camino hacia ella. Aunque casi no se veía, la distinguía claramente. No me preguntes por qué pero parecía que la mujer tenía luz propia. Al acercarme veo más claramente una mujer joven y hermosísima. Estaba vestida como de tules, tenía un pelo castaño y sedoso. Con una sonrisa provocativa me tiende las manos y yo fascinado y medio asustado –aunque cada vez menos asustado y más fascinado– me dejo tomar de mis manos. Me acerca a su cara y siento un delicioso perfume en su piel. Con suavidad me abraza y besa mi cuello. Y cuando estoy recibiendo una sensación indescriptiblemente nueva, agradable y delicada, siento su mano decidida y casi violenta en mi bragueta.  Me aprieta los huevos casi hasta el dolor, pero me gusta, loco, me gusta. ¿Qué edad tenía? Yo que sé, nabo. En ese momento no se lo pregunté. Pero dejame seguir contando. Era joven. Con la otra mano que le quedaba libre no perdió el tiempo y tomó una de las mías y la puso en sus tetas... ¿Cómo qué mano? No jodas, qué importa cual de mis manos era. Si, claro que a mí me sobraba una mano. ¿Dónde la tenía? Y no sé, estaba muy oscuro para ver dónde mierda la tenía. ‘Tá bien, ‘tá bien, la tenía en el bolsillo. ¿Tá? Y entonces cuando toco sus pechos, los siento suaves y firmes... ¡Tarado serás vos! Pero carajo, ¿no entendés que estaba viviendo algo muy especial, que nunca había tocado una mujer? ¡Mirá si me iba a acordar de meterle la otra mano en las caderas! Decime una cosa: ¿vos alguna vez tocaste una mujer? ¿A quién? ¿A la sirvienta? Ah, pero el culo y por arribita de la ropa. Si, si, pero no podés comparar. Esta estaba totalmente desnuda; los tules se movían con el viento y se le veía todo. Pero muy natural, viste. Entonces empezó a sacarme los pantalones y el calzoncillo. ¿Pelitos en dónde? Ah, si. Tenía pelitos como rulitos. Y mientras yo le metía mano como loco en los pechos ella me metía mano como loca en la pistola. ¿Sabés cómo la tenía? Durísima, loco. Entonces nos acostamos entre las plantas y yo me subí arriba de ella. En ese momento pensé: “¿encontraré el augerito” No lo encontraba aunque serruchaba como loco. “Esperá m’hijo, esperá” me dijo la tipa y agarrándomela con la mano la colocó en la entrada y zas pa’ dentro. Bueno, no sabés qué bárbaro. Me molestaba su tonito maternal: “Despacio m’hijo, despacio. ¿Para qué te apurás?” Pero yo estaba dale que te dale y hummm... “Esperá, esperá muchachito, ¿qué hacés?” Pero ya era tarde. Entre sus brazos me entró un sueño suavecito y me quedé dormido muy dulcemente. No sé si fue un minuto o más. De repente siento que me lame la cara un perro y una voz desagradable y aguardentosa me dice: “¡Salíme de encima, che!” Me despierto y me invade un olor insoportable a sudor y orines. Aterrado me doy cuenta que es una vieja con harapos, en chancletas, con los dientes sucios y cariados. Desesperado me quito de encima y busco los calzoncillos y el pantalón pero no puedo contener el vómito tibio y ácido que me salpica las piernas. Cayéndome y limpiándome con la mano corro mientras me persigue por muchos metros la carcajada estridente de la maldita vieja Ramona Malacría.
                                                       Cédar Viglietti