jueves, 16 de diciembre de 2010

El maestro

Esa mañana se le había hecho tarde a Mario que apresuradamente subía las bombas de agua a su camioneta para ir a entregarlas a Río Branco. Le gustaba hacer ese recorrido porque aprovecharía a cruzar la frontera hasta Yaguarón y comprar varias cosas del lado brasileño. Se le hacía agua la boca pensando en lo barato que estarían los reeles Mar y las cañas de pescar de fibra de vidrio Mazaferro y los anzuelos y las tanzas... También pensaba en su mujer que le había encargado un juego de sábanas y toallas. A los gurises (1) les llevaría championes (2), ticholos (3)  y rapadura (4).
            A las siete de la mañana arrancó finalmente de Treinta y Tres aprovechando lo recto de la carretera para ir tomando unos mates amargos en el camino. Siempre se lamentaba Mario de no llevar acompañantes para conversar y compartir los colores y sabores de cada amanecer. Comentar sobres las perdices y las liebres que se cruzan por la carretera; las enormes y ruidosas bandadas de canarios de la sierra; los ñandúes picoteando indolentes entre los pastos o los bichitos de luz que pueblan las noches de verano.
            A las ocho y cuarto el mate ya le había dado hambre pero faltaban unos cuantos kilómetros hasta que apareciera algún boliche donde comer algo.
            A su derecha, Mario ve llegar la ruta noventa y uno que se une a la diez y ocho que transita y pasa por una gomería (4) y toca un lápiz de madera (sin patas) para que no vaya a pinchar alguna rueda de la camioneta. Unos metros más adelante aparece una persona haciendo dedo. “Vamos a darle una mano a este cristiano” se dice Mario mientras pisa el freno. Se pasa unos metros del hombre que ya corre en pos de la camioneta y aprovecha a evaluar la pinta del tipo para evitarse una desagradable sorpresa. Ahí viene corriendo con cierta torpeza el hombre que carga una voluminosa mochila.
–¡Diga don... ¿me lleva hasta el paraje de Los Molles, un poco antes de Rincón?!
–Suba, suba... No ahí no. Venga conmigo aquí adelante así aprovecho a conversar que vengo aburrido...
            Deja el hombre la pesada mochila en la caja de la camioneta y sube agitado a la cabina.
–¡Muchas gracias, señor! ¿Hasta dónde va?
–¡Huuy! Voy hasta Río Branco... y pienso cruzar a Yaguarón.
–Ah... ´ta bien. No... yo nomás voy hasta aquí... un poco antes de Rincón.
Mario ya se sentía acompañado y contento por la presencia del veterano y para que no se cortara la conversación le pregunta: “¿Y qué va hacer por ahí, don?”
–Bueno... soy maestro de la escuela de ahí. Vivo en Vergara pero de lunes a viernes vivo en la propia escuelita.
–Hum... maestro rural. ¡Qué bien! ¿Y siempre hace dedo para llegar hasta la escuela?
–La verdad que sí. Con lo que gano no me da para comprarme ningún tipo de vehículo y casi no pasa ómnibus por aquí. Y no sabe las veces que nadie me levanta y tengo que recorrer estos siete kilómetros a pie. Hasta la gomería siempre llego porque en Vergara me conocen y algún camionero me deja ahí antes de desviarse por la otra carretera.
–Y oiga don... perdone, ¿cómo se llama usted?
–Juan Antonio Rotella, a sus órdenes.
–Gracias. Oiga, don Juan, y ¿por qué algún vecino de Los Molles no viene a buscarlo hasta la gomería? Además mire la mochila pesada que lleva.
–Son los cuadernos de mis alumnos que me los llevé a corregir. Hoy se los devuelvo. La verdad es que los vecinos nunca se han ofrecido a venir por mí. Pero mire, ya estoy acostumbrado a caminar...
Mario se conmovió por las expresiones de don Juan y calculaba el sueldo que debería recibir por sus esfuerzos; estaba seguro que sería una miseria por sí mismo y aún más frente a una vocación como ésta.
–¿Y cómo es posible don Juan que a su edad usted aún sea maestro rural y no esté en una escuela de Vergara?
–Es que en estos lugares la vida nos es fácil para las muchachas recién recibidas, que son la mayoría. ¡Tantas veces he visto en escuelas cercanas de por aquí a maestras defenderse a punta de escopetas o rifles! En los arrozales cercanos hay muchos peones bayanos y cuando se les cruza la soledad con el alcohol arremeten contra las muchachas solas. Diga que la gente les arrima algún arma para defenderse... Por todas estas cosas yo me fui quedando y aquí me tiene. ¿No quiere un cigarrito, señor? Es todo lo que puedo ofrecerle...
–Bueno, pero lo dejo para más adelante –Mario tomó un cigarrillo brasilero y se lo metió en el bolsillo de su camisa.
A lo lejos ya se ven unas pocas casas tiradas entre los pastos.
–¿Allá es Los Molles, don Juan?
–Si señor, allá es.
–La escuela está allí ¿no?
–Bueno... muy cerca, a unas veinte cuadras. Por eso ya déjeme por aquí que corto camino por este campo.
–¿No prefiere quedarse en las casas?
–No, no. Aquí es mejor, gracias.
La camioneta se detiene y el maestro baja su mochila de la camioneta. Por la ventanilla Mario le pregunta dónde puede comer algo.
–Allí en Los Molles hay una pulpería de las de antes donde puede comer. ¡Muchas gracias, señor!
–¡Adiós y buena suerte don Juan!
Mario recorre unos ochocientos metros y llega finalmente a Los Molles. No es pueblo, no es villa, ni poblado. Es un paraje, nada más. Unos eucaliptos añosos y un ombú petisón señalan la pulpería, especie de almacén de ramos generales donde dan de comer charque, chorizos, huevos, arroz y papa hervida.
“¿Quiere un poco de pirón, señor?”, ofrece un gauchito flaco que atiende el almacén. Mario nota la cercanía de la frontera brasileña por el uso de la fariña (5) en la comida y acepta gustoso el ofrecimiento.
Mientras come, Mario entabla conversación con el dependiente sobre el tiempo y otras yerbas. Todos los presentes –que no son pocos– ponen atención a lo que se habla y poco a poco intervienen con algún comentario.
–Ustedes son todos de por acá ¿no? –interrumpe Mario los comentarios sobre el estado de la carretera. Todos aceptan cabeceando con orgullo y cierta desconfianza.
Y arremete con el tema que le rondaba en la cabeza:
–Me imagino que están conformes con la escuelita de aquí, ¿no? Entonces, ¿por qué no le dan la mano al maestro para que no camine tanto y...  –con un gesto un paisano alto lo interrumpe.
–Pare don... ¿de qué escuela ´tá hablando usted?
–Cómo de qué escuela. De la que está ahí atrás.
–Esa escuela ´tá cerrada hace tres años porque no tiene maestro. El último, don Juan Antonio Rotella –que en paz descanse– murió atropellado en la carretera y no han mandado otro.
Con mano temblorosa Mario sacó el cigarrito brasileño del bolsillo de su camisa y lo miró largamente con el ceño fruncido. Lo encendió despacito mientras su mirada se perdía en el paisaje de la frontera.

                                                                       Cédar Viglietti  (México, 1998)

           
(1)    Plural de gurí , palabra de origen guaraní que significa niño.
(2)    Calzado deportivo.
(3)    Dulce de plátano o banana.
(4)    Piloncillo, jarabe deshidratado del jugo de la caña antes de hacer el azúcar.
(5)    Voz portuguesa para señalar la harina de mandioca.