lunes, 6 de diciembre de 2010

Historias que no son cuentos

Historias que no son cuentos son pequeñas crónicas que intentan dar a conocer hechos vividos a partir de 1968 y así mantener viva la memoria de las luchas juveniles contra el autoritarismo de aquellos años.


Cuando los comunistas tomaron Minas…


Era el año de 1968 y recuerdo que no eran más de diez muchachos decididos y organizados. Ya sabían que el nuevo embajador de Estados Unidos en Uruguay, Mr. Robert Sayre, iba a llegar a Minas así que tomaron todas las previsiones para darle una bienvenida a la altura de su representación.
Este personaje norteamericano pertenecía a esa generación de “diplomáticos” que era mejor perderlos que encontrarlos, porque fueron verdaderos asistentes de la desestabilización de gobiernos democráticos o asesores políticos para sostener e impulsar gobiernos autoritarios en América Latina. Luego de estar desde agosto de 1968 a octubre de 1969 como embajador en Uruguay marchó a la misma función a Panamá, centro operativo de los cursos para militares sudamericanos en las bases gringas cercanas al canal, donde estuvo desde 1969 a 1974. (1)
Dicho sea de paso: ¿cuántos militares uruguayos perdieron allí parte de su dignidad en cursos de contra insurgencia (léase contra la gente que pensaba distinto)? ¡Qué lejos estaban estos cursos del ideario artiguista(2) que debió siempre ser el norte de las fuerzas armadas uruguayas!
Pero volvamos a nuestra historia. ¿Qué impulsaba a estos jóvenes entre 16 y 18 años a montar un verdadero operativo propagandístico para que el embajador americano y las autoridades locales no olvidaran que en Minas también había gente que tenían dignidad nacional y que además defendía a Vietnam? En buena medida era el rechazo ante la guerra injusta y cruel que sufría ese país asiático; las energías juveniles que desata el idealismo libertario; y la necesidad de expresión en un tiempo en que ésta no abundaba.
Mr. Sayre acababa de asumir su puesto de embajador y a través de una gira por el interior del país pretendía empaparse de la geografía y costumbres de este pequeño país perdido en el mapa y así intentaría entender la idiosincrasia de esa gente que tantas molestias daba.
Dos muchachos se habían pasado toda una tarde en un galpón recortando letras de goma de una cámara de auto para luego pegarlas invertidas sobre un rectángulo de madera que haría las veces de un gran sello pudiéndose imprimir mariposas una por una con este primitivo pero efectivo sistema. Soñaban con una imprenta o un mimeógrafo pero los recursos escaseaban como para pensar en esas posibilidades así que con paciencia y tenacidad lograron tener miles de pequeños papelitos impresos con consignas contra el visitante imperial.
Mientras tanto las muchachas convencieron a una de sus madres para que les ayudara a coser una bandera de Vietnam que se colocaría en el gran mástil que había en un cerro, cerca de la embotelladora Salus, a la entrada de la ciudad de Minas.
La noche antes de la llegada del embajador los muchachos fueron subrepticiamente hasta el cerro, evitando encontrarse con la policía o con algún admirador de los norteamericanos y terminar en las celdas de la comisaría de la Plaza Rivera. Casi todos los muchachos ya habían estado detenidos por acciones de propaganda (lanzar volantes, pintar muros, etc.) por lo cual eran muy conocidos en la pequeña ciudad de Minas, con apenas 35,000 habitantes, que se resistía a perder su calma provinciana y conservadora. Dejaron el auto a la orilla de la carretera y comenzaron a subir el cerro tropezándose en la oscuridad con la maleza y los pequeños arbustos. El corazón se les agitaba por el esfuerzo y por la emoción que los embargaba ante esta inédita operación.


¡Tan cerca que parecía el mástil y nunca llegaban! Y es que en realidad estaba muy lejos de la carretera pero su colosal tamaño lo hacía ver cerca. Pero no había obstáculo alguno que detuviera las intenciones de esas muchachas y muchachos. Cuando llegaron al mástil se dieron cuenta de las reales dimensiones de éste: dos personas no alcanzaban a rodearlo con los brazos.
Con muchos esfuerzos colocaron la casi invisible (por pequeña) bandera de Vietnam que jamás vería Robert Sayre ni nadie. Pero ahí estaba, como un símbolo de dignidad, sacudida por el viento de la sierra.
De regreso a la ciudad se aprontaron para salir en parejas y pintar los muros de la ciudad. “Vietnam sí, yanquis no”, “Fuera yanquis de Vietnam” y “Fuera Mr. Sayre” empezaron a gritar las paredes en el silencio de la noche de invierno.
A la mañana siguiente dos compañeras se dispusieron a tirar las mariposas en las cercanías de la Intendencia Municipal donde se celebraría la recepción al embajador americano por parte de la máxima autoridad del departamento.
Poquísima gente se había arrimado a este evento pese a las continuas invitaciones del Intendente Municipal a través de las radioemisoras locales. Seguramente la simple indiferencia ante tal visitante era la principal causa de la ausencia de minuanos, por lo que los funcionarios municipales salieron desesperados, a último momento, a invitar gente por las calles aledañas para lograr un mínimo de público que salvara el acto. Precisamente abordaron a las dos jovencitas que se acercaban con los volantes escondidos y con mucha insistencia las invitaron a pasar a la casa del gobierno departamental. Las muchachas se asombraron ante una invitación tan cordial y oportuna que no esperaban y sin dudarlo entraron al salón donde se realizaría la ceremonia.



Con mucha pompa y poco público el Intendente del Departamento de Lavalleja arrancó con un discurso de bienvenida donde con encendidas palabras intentaban calentar el frio acto de recibir a un tipo que seguramente con pocas ganas había llegado hasta ese puebluchou.
Las muchachas sonrientes y calmadas se fueron acercando al estrado donde estaban los micrófonos de la Intendencia y de una de las emisoras de radio locales que trasmitía la ceremonia de bienvenida. A dos pasos de las autoridades esperaban a que hablara el embajador, quien les sonreía en típico gesto de intentar caerles bien. Los gruesos abrigos invernales sujetaban a los cientos de mariposas aún mudas que esperaban soltarse para gritar sus consignas.
Ahora fue el turno de Mr. Sayre para enviar unas palabras a los minuanos con ese acento tan simpático de los americanos. Las sonrisas de las muchachas militantes era un imán para el yanqui que parecía dirigirles a ellas su discurso. No faltó el agradecimiento “a la juventud minuana aquí presente”, instante preciso que  impulsó a las jóvenes a sacar de pronto las mariposas que con arrojo y total desparpajo lanzaron a la cara del funcionario americano.
¡Qué caos! Se interrumpe el discurso, los guardaespaldas del embajador se precipitan a proteger a su jefe, el intendente no entiende nada hasta leer una octavilla, los funcionarios miran sorprendidos aquel desorden, la radioemisora interrumpe la trasmisión y unos pocos policías reaccionan deteniendo a las muchachas que intentaban irse. Hay gritos, órdenes y contraórdenes que no atinan a resolver rápidamente la situación que los tomó por sorpresa.
Mientras recomponen el evento, juntan las mariposas y retoman con muchas dificultades las sonrisas de ocasión, alentándose invitados y anfitriones con el clásico “aquí no ha pasado nada….”, el Jeep policial parte raudo desde la Intendencia Municipal con las dos muchachas detenidas rumbo a la comisaría de la Plaza Rivera. El camino, como es lógico, pasa por la calle Rodó hasta Treinta y Tres, pasando por la Plaza Libertad, corazón del centro minuano.
Una de las muchachas advierte que en un bolsillo le quedaron varias mariposas y discretamente se las reparten y las van tirando por los agujeros de la lona del Jeep. Precisamente ocurre este hecho cuando pasan frente a la Confitería Irisarri, al Café Oriental y demás comercios emblemáticos de la ciudad serrana.
Hay que imaginar el cuadro: en una ciudad donde nunca pasaba nada y el único vehículo policial de Minas arrojaba volantes “subversivos” por el centro de la ciudad… Por ello fue famoso el comentario de Jorge, “el Gordo” Diano que al recoger unos volantes sentenció irónico a los asistentes del Café Oriental: “¡Muchachos! ¡Los comunistas tomaron Minas!”

Cédar Viglietti

(1)    Al respecto, recomiendo ampliamente la lectura de El programa de asistencia policial de la AID en Uruguay (1965-1974) de la historiadora uruguaya Clara Aldrighi en el sitio http://redalyc.uaemex.mx/pdf/1346/134612638010.pdf  de la Universidad Autónoma del Estado de México.

(2)    Referencia al héroe nacional uruguayo José Artigas.