martes, 23 de noviembre de 2010

Orígenes políticos de mi padre (Segunda Parte)

Después de haberme desahuciado los médicos del Hospital Militar de Uruguay por severos problemas al nacer, mis padres volvieron a la ciudad de Minas (Uruguay) al no encontrar una solución por parte de los pediatras militares. Allí consultaron con el médico militar de la ciudad, el Dr. Fortunato Omar Estrada y éste les recomendó que me llevaran con el Dr. Godofredo Fernándes.
 
Este formidable pediatra con apellido de origen portugués (por eso la s final) no solo manejaba la medicina emanada de sus estudios universitarios, sino la utilización de hierbas y hojas que complementaban sus tratamientos. “Lástima que es comunista” decía la gente ganada por los prejuicios que durante tantos años la prensa grande (diarios y radios) difundía a los uruguayos.
 
Debo decir que el anticomunismo promovido en Uruguay es único. Lo pude comprobar en México donde la gente no tiene ese prejuicio. Los políticos de centro y derecha de Uruguay abusaron de la credulidad de la gente contando las historias más terribles de que “los comunistas se comen a los niños crudos” y “si llegaran al gobierno les quitarían los niños a la gente para mandarlos a Rusia o a Cuba” y demás locuras que penetraban –por increíble que parezca– en las cabezas de los ciudadanos.

Usted, amigo lector, creerá que exagero, pero así era. Siempre se sustituía la argumentación política contra la izquierda por la más burda mentira que diera miedo. El Cuco en Uruguay (Coco en México) era el comunismo. Y el Dr. Fernándes …era… era… comunista (así, en voz muy bajita porque es una mala palabra) … ¡ay mamita!

¿Cuántos niños minuanos recibieron la atención médica de Godofredo? Imposible saberlo. Fueron muchísimos. Si los niños eran pobres (la mayoría) no les cobraba la consulta a los padres. Allá iba con su viejo auto Ford del 46 (estoy escribiendo sobre los años sesentas, eh) a realizar las visitas a cualquier lugar, por difícil que fuera el acceso. Su humanismo, su sensibilidad y un ojo clínico infalible resolvieron los problemas de salud de numerosos niños minuanos.
 
A mí me salvó la vida con guaco (enredadera medicinal) y otras hierbas. Y naturalmente de aquellas visitas a mi casa aprovechó para hablar con mis padres e inducirlos a una visión política más amplia y menos prejuiciosa. A su vez la lectura del Semanario Marcha por parte de mi padre jugaba un importante papel para acercarlo a la izquierda y, naturalmente, el Partido Nacional hizo “méritos” al alejarse sistemáticamente de las causas de la mayoría de la gente y comprometerse exclusivamente con la gente de mucho dinero.

En las elecciones de 1963 mi padre votó a la izquierda por primera vez y desde ese momento no abandonó las posiciones progresistas hasta sus últimos días. Nunca se afilió a ningún partido, pero ya retirado de la vida militar fue candidato a diputado por el Departamento de Lavalleja por el Frente Izquierda de Liberación (coalición liderada por el Partido Comunista del Uruguay).

Días atrás, un periodista del Semanario Arequita de la Ciudad de Minas, Uruguay, tuvo la amabilidad de hacerme una entrevista por internet y allí le contaba de las actividades de mi padre en el ámbito militar. Transcribo una parte de mi respuesta donde toqué este tema:

Lo que no es muy conocido es su papel como militar en la entonces Región Militar N° 4, hoy División de Ejército. La dictadura militar uruguaya lamentablemente ensució mucho la labor de los militares, pero a comienzos de los años sesentas mi padre –siendo subjefe de esa región militar que comprendía Lavalleja, Maldonado, Treinta y Tres, Cerro Largo y Rocha– miró mucho por la tropa que siempre vivió en malas condiciones. Así dedicó los campos militares ociosos, como el de aviación que está sobre las costas del Santa Lucía al oeste de Minas, a la cría de ganado y a la agricultura para ofrecer a los soldados carne y verduras a precios de costo de producción. Recuerdo la inauguración de la carnicería y luego de una panadería en el Batallón N° 11 de la avenida Artigas. No se me olvidan tampoco las actividades que encabezaba para juntar fondos para que los niños de los soldados tuvieran juguetes en el Día de Reyes. No faltaron los enemigos de estos proyectos puestos en marcha por un hombre sensible y así empezó la leyenda negra del “Koljós de Viglietti”, amañada acusación de que su condición de “comunista” hacía daño al ejército. No tardaron en quitarle el puesto de Subjefe de la Región 4 y dejarlo sin actividades militares porque “se preocupa más por conseguir un tractor que un tanque de guerra”.



Cédar Viglietti Ledesma, Noviembre de 2010.

Los orígenes políticos de mi padre (Primera parte)

Ya hacían esas tibiezas tan lindas de octubre, después del largo invierno de 1958, cuando mis padres nos aleccionaron a mi hermana y a mí para que supiéramos que en unos días más le entregaríamos un ramo de rosas blancas a un señor que iba a pasar por casa.

Unos días antes habíamos acompañado a mi padre por Treinta y Tres y Cerro Largo en un viaje hasta la frontera de inspección por batallones del este del país, y recuerdo que en el viaje nos hablaba de un señor que se llamaba “Chiquito” Saravia y que había muerto por la zona donde pasaríamos. A mi hermana de siete años (un año más que yo) le había impresionado mucho la historia que mi padre nos contaba sobre la muerte de “Chiquito” Saravia.

Recuerdo vagamente que paramos en una cuchilla pelada y una simple cruz señalaba el lugar dónde habían matado a este personaje que mi padre admiraba mucho. Nos dijo que juntáramos muchas flores del campo para ponerlas en la cruz y así, con mucho entusiasmo empezamos a juntar muchas flores silvestres que abundaban por ese mes de octubre.

Mi hermana juntaba las flores sí con entusiasmo pero no con mucha alegría. Era toda seriedad. Cuando teníamos un buen montón las depositamos en la cruz donde mi madre las acomodó con cierta dignidad y de pronto mi hermana suelta un llanto incontenible.

–Pero Graciela, ¿por qué llorás?– le preguntó mi padre.

–¿Te pasó algo?– interrogó mi madre.

–Es que me da mucha lástima lo que pasó a este pobre niño– fue la respuesta empapada en lágrimas de mi hermana.

–Pero ¿a qué niño, m´hija?

–A este chiquitito Saravia que se murió aquí…

Mi padre tuvo que repetir en versión mejorada la clase de historia sobre uno los personajes más conspicuos del Partido Nacional (Blanco) para que mi hermana ya no sufriera más.

Estos fueron los orígenes políticos de mi padre, era blanco y herrerista, cosa no muy frecuente dentro de los militares de aquella época.

Finalmente llegó el día esperado de la entrega de las rosas blancas. Nos bañaron, peinaron y vistieron con ropa nueva y blanca que nos mantuvo sentados –para no ensuciarnos–hasta el momento preciso en que pasaría un montón de autos, camiones, tractores y ómnibus con banderas blancas. Se trataba de la “Caravana de la victoria” que venía de tardecita de Treinta y Tres y pasaría por Minas, entrando por el barrio Las Delicias. Alguien había preparado la escena porque de pronto un ómnibus muy adornado se para frente a mi casa que casi hacía esquina con la ruta 8 que une a Minas con Treinta y Tres. Se abre la puerta y baja un señor muy alto con el pelo y bigotes muy blancos y a él le entregamos el ramo de rosas blancas que mi madre había cortado de nuestro jardín. El señor se agacha y nos da un beso a mi hermana y a mí, y mira hacia mi casa donde mi padre de traje blanco de lino y mi madre de vestido blanco aguardan en el porche sin salir de casa. El señor levanta su mano y saluda con cierta discreción a mi padre quien le devuelve una leve inclinación de respeto y admiración pero conteniéndose por su carácter de militar en activo, situación que le imposibilitaba las actividades políticas.

Estallaron los aplausos de la gente, fundamentalmente los vecinos que entendían más que nosotros de aquel intercambio mesurado de saludos.
Mi hermana y yo, hinchados de orgullo, no cabíamos dentro de la ropa que sin entender mucho nos dábamos cuenta que habíamos hecho algo muy importante. Los años nos fueron dando justa dimensión de aquella acción: Luis Alberto de Herrera 1 había recibido las rosas y nos había dado un beso…



1 Los lectores que no son uruguayos deben saber que Luis Alberto de Herrera (Montevideo, 22 de julio de 1873 - 8 de abril de 1959) fue un político, periodista e historiador uruguayo, principal caudillo del Partido Nacional durante más de 50 años. Fue una de las principales figuras políticas de Uruguay en el siglo XX.