jueves, 23 de septiembre de 2010

Un cuentito: El sopapo

A la memoria de mi padre.

¡Otra vez! ¡Ahí anda ese chiquilín insoportable con la honda colgada del pescuezo! Les juro que a mi no me caen mal los niños, al contrario; pero a ese gurí no lo puedo ver. Que cuando no son vacaciones de verano, es la semana de turismo, o las vacaciones de julio y si no los sábado y domingos... ¡Carajo! No se puede andar tranquilo porque en cualquier momento ¡zas! una pedrada. Y nadie le pone un límite. Que le tire a las cotorras vaya y pase; a los insoportables y escandalosos gorriones que cada día toman más territorio… bueno. Pero este chiquilín le tira hasta los horneros, que no cantan nada bien pero dicen que ellos son pajaritos de Dios. Y vuelan piedras por todos lados. La rotura de vidrios de los vecinos ya ha provocado buenos líos con este botija y sus padres. La madre no le dice nada pero el padre lo tiene sentenciado: “Te veo tirándole a algún zorzal y te mato. Te aseguro que no te dejo un hueso sano.” El padre es flor de tipo, se pasa todo el día escribiendo o tocando la guitarra. Me encanta acercarme a la ventana sin que me vea y oír los sonidos de la guitarra. ¡Cómo disfruto los estilos, los tristes y las milongas! Por eso me gusta tanto el verano, porque con el calor el señor abre la ventana y los sonidos inundan el patio bajo el parral. Él no sabe que yo lo estoy escuchando; bueno… eso creo, porque a veces me da la sensación que toca para mí. Me encantan los sonidos graves de la quinta cuerda y los cristalinos de la primera. Cuando yo canto –que no es por nada pero soy reconocido en este asunto– pienso que pulso a veces la quinta cuerda y me floreo con la primera. En realidad toda mi familia ha salido buena para el canto aunque algunos dicen que no servimos para nada más. Pero a este hombre de la guitarra yo le retribuyo su música con mi canto. Y me consta que me oye con toda atención. No es muy amplio mi repertorio pero lo suficientemente afinado como para que él se acerque a la ventana a oírme por las mañanas bien temprano. Dicho sea de paso me han dicho que cantar temprano no es bueno para la garganta pero a mí es cuando más me gusta. El amanecer con sus colores y perfumes me inspiran. Y reconozco que soy medio romántico porque en la primavera canto con más ganas. En verano después de mi serenata, me doy un atracón de higos bien maduros que me han dicho hacen muy bien a la garganta. Mmm… esas brevas son el mejor desayuno. Me encanta el verano. Me gusta mucho el amanecer, andar bajo la sombra del ombú, de los nísperos, de la propia higuera, disfrutando de la humedad de la mañana. No soporto el mediodía, ahí es cuando descanso bajo la sombra y ya no hago nada. Espero el atardecer que trae aire fresco y antes de acostarme –me gusta dormir temprano para levantarme también muy temprano– canto alguna melodía. A mis vecinos envidiosos los oigo decir: “Ahí está el tipo ese, nomás se la pasa cantando y no hace un carajo.” Les juro que eso me da rabia porque la música también es un trabajo ¿o no? Está bien, reconozco que no soy como otros que tienen la profesión de albañiles y construyen casas, o los carpinteros que se pasan taladrando maderas. Pero cuando canto todos se detienen un momento a escucharme y dicen “…¡pucha, ese tipo es Gardel!…” Ahí está la cosa. Mi canto proporciona gozo a los demás y a mí me da trabajo hacerlo, porque tengo que ensayar, cuidarme la garganta en invierno y bueno… Dios me dio este don que no le dio a los demás, así que cada uno en lo suyo. Pero dejemos el arte porque ahí anda el pendejito ese con la honda y ya me empiezo a calentar. ¿Qué daño le han hecho los pájaros a este gurí? ¿Eh? ¿Por qué diablos los apedrea? El otro día le da un hondazo a don Ramón que estaba sentado tomando mate a la sombra de los transparentes y le partió los lentes. Atontado quedó el viejito que del impacto se cayó de su silla petisa. ¡Puta madre! Parece que tira para este lado… ¡Pum!
¡Ay, carajo! Aunque no puedo ni moverme del dolor veo que viene el padre enojado. Con dificultad oigo que le dice al chiquilín “…pero... ¿qué hiciste gurí?”
Yo ya no puedo ni pensar bien, la sangre me ahoga y no me deja respirar pero con un ojo veo el soberano sopapo que el señor de la guitarra descarga violentamente en su hijo diciéndole “…¡muchachito del diablo, te dije que nunca mataras a un zorzal porque no te iba a dejar un hueso sano y ahora te voy a cumplir!”

Cédar Viglietti